308 ISONDÚ
100.
Cielo y tierra.
(Conclusión.)
El alba se inicia con cierto resplandor de nácar azu- lino. El cielo estrellado, cual una hermosa visión, co- mienza a desvanecerse lentamente en un mar traslúcido y sereno. Hacia el levante, el color de nácar, poco a poco se vuelve anaranjado; las nubes más altas se tiñen de rosa, después se doran, se platean, se inundan de luz. La alegría de la vida crece y se esparce con rapidez. Los pájaros cantan prometiéndonos un hermoso día.
Mirad al este : un gran manojo de lucientes espadas, anchas, filosas, rasgan el horizonte con salvaje energía : son los sables de la caballería del sol, que a sangre y fuego vienen abriendo paso a su gran emperador. En- tonces se descubren las montañas azules, semiesfumadas entre la niebla, la cual, al verse sorprendida por la luz, asciende rápidamente, envolviendo al pasar, con sus gi- rones de blanca gasa, los árboles y picos de la sierra.
Las lomas vestidas de oro por el espinillo en flor, bri- llan como la seda, perfumando el aire. Óyese la carca- jada cromática de la chuña silvestre, que empinada hacia arriba, mirande al cielo, saluda gozosa al nuevo día. Los zorzales de pico rojo o amarillo, posados sobre el más alto de los sauces, silban con entusiasmo sus canciones montaraces; parece que dijeran ¡viva el sol! Pronto las higueras se cubrirán de fruto renegrido para enterrar