LECTURAS VARIADAS 309
nuestros picos hasta los ojos, en la pulpa granulada y roja. Las verdes cotorras, que en medio de su charla infernal cuelgan sus nidos en los álamos gigantes, les contestan : nosotras esperamos las manzanas vidriadas, las peras fragantes y los choclos tiernos. Nosotros las flores almibaradas, dicen los picaflores, zambando y bri- llando en todas direcciones.
En los rastrojos, donde el color amarillo de la caña de meíz lucha todavía con el verde naciente, relampa- guea de vez en cuando la reja del arado. ¡Surco! grita el arador, con dulce y viril acento, infundiendo ánimo a los bueyes. La yunta se estira con esfuerzo levan- tando algo las cabezas oprimidas por el yugo; rechinan sus muelas poderosas, brillan al sol sus húmedos hocicos, cruje la tierra y el arado marcha. Siguiendo el tajo fra- gante, van-los tordos, comiendo los gusanos que la reja ha puesto en descubierto. Por cualquier motivo estos pájaros vuelan en bandada, pero después de teñir el cielo azul de un negro brochazo, caen de nuevo sobre la tierra, describiendo en los aires una ondeante curva, cual obs- curo y lustroso abanico. También hormiguean millares de palomitas hambrientas, las que al volar producen un fuerte redoble ¡prrrrrerr!
MARTÍN GIL.