LECTURAS VARIADAS 39
17, Angostura.
¡Qué espectáculo admirable! Entramos en la sección del río, llamada Angostura. El enorme caudal de agua, esparcido antes en extensos regueros, corre silencioso y rápido entre las dos orillas que se han aproximado como aspirando a' que las flotantes cabelleras de los ár- boles que las adornan confundan sus perfumes. Jamás aquel « espejo de plata, corriendo entre marcos de esme- falda » del poeta, tuvo más espléndido reflejo gráfico.
Se olvidan las fatigas del viaje, se olvidan los cai- manes y se cae absorto en la contemplacion de aquella escena maravillosa que el alma absorbe mientras el cuerpo goza con la delicia de la temperatura que por mo- mentos se va haciendo menos intensa.
Sobre la orilla, casi a flor de agua, se levanta una vegetación gigantesca. Para formarse una idea de aquel tejido vigoroso de troncos, parásitos, lianas, de todo ese mundo anónimo que brota del suelo de los trópicos con la misma profusión que las ideas confusas de un cere- bro bajo la acción del opio, es necesario traer a la me- moria, no ya los bosques del Paraguay o del norte de la Argentina, no ya la India con sus eternas galas, sino aquellas estupendas riberas del Amazonas, que los com- pañeros de Orellana miraban estupefactos como el reflejo de un mundo desconocido a los sentidos humanos.
¿Qué hay dentro? ¿Qué vida misteriosa se desen- vuelve tras esa cortina de cedros seculares, de caracolíes, «de palmeras enhiestas y perezosas, inclinándose para dar