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tido opuesto; así fué que la nariz del primero empezó a alargarse, y como el otro no soltaba, la nariz, que era pequeña y roma, empezó a adquirir cada vez mayo- res proporciones.
Viendo que el hombre del río iba a vencer, la Ser- piente Pitón fué en ayuda del Elefantito diciendo :
— ¡Ah, temerario e inexperto viajero! — Dió dos vuel- tas alrededor de la pierna del paquidermo y le ayudó a tirar hasta que consiguió escapar a los terribles dientes.
El herido envolvió su pobre nariz en hojas frescas de banano y se senté a esperar que se le encogiera, pero al cabo de tres Cías estaba en el mismo estado y así quedó siempre, como la tienen ahora todo los elefantes.
Al fin del tercer día una mosca se posó sobre su hom- bro, y él sin pensar en lo que haría, levantó la trompa y la mató.
— Ventaja número uno — dijo Pitón; — Vd. no hubiera podido hacer eso con el miñango de nariz que tenía; trate de comer un poquito.
Antes de que ella se diera cuenta de lo que su pro- tegido estaba haciendo, estiró él la trompa, arrancó un poco de pasto, le quitó el polvo con las patas delan- teras y lo llevó a la boca.
— Ventaja número dos — dijo Pitón; — Vd. no hu- biera podido hacer eso antes. ¿Qué haría Vd. ahora si le pegaran?
— Dispense Vd.; creo que no me agradaría.
— Pero yo creo que le gustaría pegar a los demás. Su nueva nariz le va a ser muy útil para ello.
— Gracias — dijo el Elefantito, —- ya me acordaré; y ahora será mejor que vuelva a casa para prcharta en toda mi querida familia.
Se puso en viaje de regreso a través de África, mo-
Wi