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A. RIVERO
 

La escuadra norteamericana.—Toda la fuerza naval americana del norte Atlántico tenía su base en Cayo Hueso, Florida. El día 3 de mayo, el almirante Sampson que la mandaba, recibió el siguiente cable del secretario de Marina, Long:

Washington, mayo 3, 1898.

Sampson, Cayo Hueso, Florida.

Ningún movimiento en grande escala del Ejército podrá tener lugar durante estos días, ni tampoco ninguno de menor importancia podrá realizarse hasta que se conozca el paradero de los cuatro cruceros protegidos y destroyers españoles. Si su objetivo es Puerto Rico, deberán llegar allí alrededor de mayo 8, y se le autoriza a Ud. en este caso, para atacarlos, así como a San Juan. Entonces la escuadra Volante reforzará a Ud.

Long.

Al recibo de la orden anterior, el almirante reunió una parte de sus fuerzas, compuestas de los acorazados Iowa e Indiana, el crucero acorazado New York (buque insignia) y los cruceros protegidos Montgomery y Detroit; los monitores Amphitrite y Terror, torpedero Porter y el remolcador Wompatuck. También se incorporaron el carbonero Niágara y dos yates donde viajaban los corresponsales de la Prensa asociada.

El 4 del mismo mes zarpó la flota, así formada, con rumbo al Este, llegando el 8 a la altura de Cabo Haitien, Haití, desde donde Sampson envió a Wáshington el cable que figura en la página 69, y sin esperar la autorización que solicitara, hizo rumbo directo a San Juan, frente a cuya plaza llegó a la una y treinta de la madrugada, mayo 12, 1898. Para la mayor exactitud de este relato, copio a continuación el parte oficial del comandante de la Escuadra:

Key West, Fla., mayo 18, 1898.

No. 83. U. S. Flagship New York, 1st. Rate.

Señor: Complementando mi telegrama No. 73, fecha 12 del corriente, tengo el honor de someterle el siguiente informe, más detallado, del ataque a las defensas de San Juan, Puerto Rico, hecho por una parte de esta escuadra el día 12 del corriente mes.

Al aproximarnos a dicho puerto, observamos que ninguno de los buques españoles estaba dentro de él; de aquí surgió la duda de si habían llegado antes, partiendo más tarde con rumbo desconocido, o si no habían llegado aún. Como su captura era el objeto de la expedición y era muy esencial que no se corriesen hacia el Oeste, determiné atacar las baterías que defendían el puerto, para conocer su fuerza y posiciones, y entonces, sin esperar la rendición de la ciudad ni sujetarla a un bombardeo regular—lo cual hubiera requerido aviso previo—, volver al Oeste.

Nuestra marcha de Cayo Hueso a Puerto Rico había sido más lenta de lo que yo esperaba a causa de las frecuentes averías de los dos monitores (que fué preciso llevar a remolque durante todo el viaje) y también a las malas condiciones del Indiana; por eso tardamos ocho días en lugar de cinco como fué mi cálculo.