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CRÓNICAS
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155 granadas, de ellas 33 de 15 centímetros. No tengo datos ciertos de las municiones gastadas por el Montgomery. El total de proyectiles disparados por la escuadra de Sampson, calculando en 150 los del Montgomery, fué de mil trescientos sesenta y dos, contra cuatrocientos cuarenta y uno de las baterías de la plaza.

Comentarios.— Las razones en que apoya el almirante Sampson su ataque a San Juan resultan inadmisibles dentro de una juiciosa crítica de guerra. Estando en el mar, a la vista de Martinica en aquellos momentos, la escuadra de Cervera (aun cuando Sampson no lo sabía, debió presumirlo por los admirables informes que recibiera del secretario Long), aquel y no otro debió ser el único objetivo de la flota americana. Pero atacar por sorpresa, sin aviso previo, gastando buena parte de sus repuestos de municiones, sufriendo las naturales averías del propio fuego y las probables que podía hacerle el enemigo, y todo para obligar a las baterías de costa a que desarrollasen sus fuegos, es argumento de valor negativo.

Si tal hubiera sido la única intención de aquel marino, sería merecedor de acerbas censuras. Pero no fué así; Sampson, al atacar a San Juan sin esperar respuesta al cable en que pedía autorización para ello, autorización que implícitamente se le había negado por el secretario Long al prohibirle que expusiera sus buques a los fuegos de baterías de tierra, quiso emular el hecho notable del almirante Dewey, quien forzó la entrada de Manila, defendida por baterías-aunque pobremente artilladas-y por torpedos Bustamante, a las once y media de la noche del 30 de abril de 1898.

Con informes directos de San Juan, suministrados por el ingeniero inglés Scott, por Andrés Crosas, por Julio J. Henna, por el cónsul Hanna de los Estados Unidos en Puerto Rico y por otras muchas personas, de que la plaza estaba pobremente artillada (informes ciertos), resolvió apagar rápidamente el fuego de las baterías con sus potentes cañones, forzar el puerto levantando los torpedos, para cuya operación, indudablemente, contaba con el Wompatuck, y fondear después en la bahía, capturando la plaza de San Juan.

Tal objetivo justificaría el ataque del 12 de mayo y acreditaría además al almirante Sampson como hombre de guerra de clara concepción y franco arrojo.

Era San Juan el puerto escogido por Cervera para refugiarse con sus buques y repostarlos de víveres y carbón; esto lo sabía Long y, desde luego, el almirante Sampson. Forzado el puerto, rendida la plaza y cortado el cable, una linda mañana del mes de mayo la escuadra de Cervera, que navegaba unida, sin buques exploradores, sin noticias, pues todos los cables eran afectos al Gobierno americano, embocaría, después de cambiar amistosas señales con el semáforo (ardid nada reprobable), entrando en la ratonera del puerto, dentro del cual los cañones de los buques americanos harían el resto. Quien conozca el puerto de San Juan, que no permite la entrada de un convoy sino navegando en simple fila, justificará nuestro aserto.

La primera parte de este plan (y conste que no estoy haciendo conjeturas) fué bien ejecutada; al romper el fuego se sabía por la lancha del Wompatuck (que antes