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tura, a quienes proteger, guiar y entender; otras razas, otras costumbres, otros conceptos de la vida que estudiar con amor y con interés.

En cuanto al arte militar y al de la guerra, esta campaña es un conjunto de saludables enseñanzas. Americanos y españoles tienen mucho que aprender y mucho que olvidar desde aquel año memorable.

Los grandes buques de acerados blindajes, recias torres y largos cañones de retrocarga eran, por entonces, una interrogación. Destroyers y torpederos, los torpedos mismos y las minas, un nuevo problema a resolver.

Desde el 21 de octubre de 1805, en que Nelson pagó con su vida la victoria de Trafalgar, cañoneando a tiro de pichón las naves de tres puentes de Gravina, muy poco habían adelantado los marinos de las potencias navales hasta que en la guerra americana, de Norte contra Sur, brilló el primer destello de los modernos blindados y de las piezas de gran calibre. Aquel famoso Monitor, construído por John Ericsson, y que, en la mañana del 9 de marzo de 1862, en la bahía de Hampton Roads, batió en brecha con sus macizos proyectiles de once pulgadas al Merrimac, orgullo de los sudistas, fué el precursor de los mismos monitores que bombardearon a San Juan el 12 de mayo de 1898 y de los cañones rayados de 13 pulgadas con que el acorazado Indiana turbó la paz de estas playas en aquella madrugada.

España poseía tres destroyers, ingenios de guerra verdaderamente formidables que, pésimamente utilizados entonces, pusieron a raya, años después, manejados por ingleses y americanos, a los submarinos, la más legítima y fundada esperanza del pueblo alemán.

A partir del bombardeo de Alexandría por los blindados ingleses con sus cañones Armstrong, nada serio se había intentado por mar ni en Europa ni en América. La brusca acometida del Almirante Sampson, el 12 de mayo, fué el primer ataque serio a una plaza por buques modernos y con armamentos modernos. Los acorazados que bombardearon a Santiago de Cuba poco después, y a los Dardanelos más tarde, indudablemente que utilizaron en su obra de destrucción lecciones aprendidas frente a los castillos del Morro y de San Cristóbal.

Acorazados, destroyers, torpederos, minas y torpedos; fusiles de largo alcance con trayectoria casi rectilínea y con mecanismo de repetición y pólvora sin humo; así como los cañones, obuses y morteros rayados, de retrocarga y de grandes calibres, fueron máquinas de guerra que debutaron el 12 de mayo de 1898.

El arte militar, y sobre todo el de la guerra, encontraron nuevos problemas que estudiar y resolver. Las tropas invasoras del Generalísimo Miles, armadas de Springfields, con pólvora negra, no podían medirse con los soldados españoles que manejaban Máuser de repetición, a cinco tiros, con pólvora sin humo; fué preciso cambiar el fusil en plena campaña.

Otro aspecto interesante fué el de que combatieron frente a frente tropas regula-