siguiente despacho que, con fecha anterior, 5 del mismo mes de mayo, le había dirigido Mr. Long, secretario de Marina:
No arriesgue sus buques contra fortificaciones que puedan impedirle, después, un buen éxito en combate próximo contra la flota española, compuesta de Pelayo, Teresa, Oquendo, Carlos V. Colón, Vizcaya y cuatro torpederos destroyers, si ellos aparecieran por este lado.
Y que al siguiente día remachaba sus órdenes de esta manera:
El Departamento está perfectamente de acuerdo en que usted exponga sus buques a los gruesos cañones de las baterías de tierra si, en su opinión, hubiese buques españoles de suficiente importancia militar que justifiquen un ataque; el supremo pensamiento ele ustéd, por ahora, debe ser la destrucción de los principales buques enemigos.
Pero como Sampson tenía ciertos informes incompletos del doctor Henna, del doctor Manuel del Valle y del ingeniero Mr. Scott (quienes nada sabían de las nuevas baterías emplazadas en San Juan), resolvió emular las glorias de Dewey en Manila. Una hora de fuego, y, ¡adentro!; nada más fácil después que cortar el cable, mantener el semáforo en operación y esperar a que Cervera entrase con sus buques en la trampa. Durante tres horas disparó sus cañones, y en cierta ocasión pareció que intentaba forzar el puerto, porque él sabía muy bien de qué clase eran las minas que lo cerraban y desde qué paraje se podía destruir, con fuego de cañón, la casilla donde estaba el aparato para la explosión de dichas minas. Solamente admitiendo este plan puede aceptarse el acto de indisciplina de aquel marino ilustre. «No arriesgue sus buques», y los arriesga. «Sólo buques españoles de suficiente importancia pueden aconsejar un ataque»; el almirante examina el puerto, antes de romper el fuego, ve que no hay dentro buque alguno de importancia....., y, sin embargo, gasta viciosamente sus granadas de punta endurecida para matar dos hombres que vestían uniforme militar, precisamente cuando Cervera, que debía ser su «supremo pensamiento», estaba a la misma hora muy cerca, frente a la Martinica.
Que el ataque del 12 de mayo no fué un simple reconocimiento, sino un intento de sorpresa para apoderarse de la plaza, lo comprueba el siguiente telegrama, fechado en 14 del mismo mes, dos días después de aquella acción de guerra. He aquí el telegrama:
Secretario de Marina, Wáshington, D. C.
¿Es cierto que los buques españoles están en Cádiz?—Si eso es así, envíe a San
Juan, Puerto Rico, un buque carbonero, de Cayo Hueso o de cualquier otra parte.