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CAPITULO XIII
CONTINUA EL BLOQUEO
EL ANTONIO LOPEZ Y EL YOSEMITE

ACÍA algunos días que se hablaba en secreto de cierto trasatlántico abarrotado de pertrechos de guerra que estaba a punto de llegar. De boca a oído pronto fué el secreto del dominio público y comidilla de trasboticas y cuartos de banderas.

Amanecía el 28 de junio; los alegres toques de diana vibraron en lo alto del Macho, y toda mi gente, unos doscientos artilleros, guarnecieron las baterías, operación que se realizaba cada día al rayar el alba. Era la descubierta.

Cargados obuses y cañones y los sirvientes en sus puestos subimos los oficiales al parapeto, y desde allí escudriñábamos el horizonte con nuestros gemelos de campaña. Los primeros rayos del sol iluminaron por el Este al Yosemite, comandante W. H. Emory, crucero auxiliar y único buque que hacía efectivo el bloqueo de la plaza, donde estaban anclados dos cruceros y un cañonero.

Poco después de la descubierta el teniente Enrique Botella, ¡bravo muchacho!, señaló: ¡Vapor por el Oeste!

A duras penas los de mejor vista y anteojos pudieron distinguir en la dirección indicada leve columna de humo que se confundía con las brumas del amanecer. Era el Antonio López, trasatlántico de 6.400 toneladas, que la noche antes pasó frente al Morro, y aunque el faro no se encendía, falló en reconocer el puerto por las luces de