El día 15 de julio, al amanecer, se presentó frente a la plaza un crucero: era el New Orleans, que, después de ponerse al habla con el Yosemite, viró en redondo, y, pasando a lo largo y fuera del alcance de los cañones del Morro, reconoció al Antonio López, a distancia de tres millas; al siguiente día, y con fuego de tiro rápido, lo acribilló, poniéndolo en llamas al tercer disparo, de 20 que le hizo. Dos días después el buque español rindió, entre llamaradas, el palo de mesana, y, semanas más tarde, desapareció, entre las aguas, en su mayor parte.
El capitán del Antonio López, un catalán, de apellido Carreras, fué acerbamente criticado por su conducta, y se le acusó de cobarde y de inepto; pero debe tenerse en cuenta que no era un marino de guerra, y, además, lo que él me dijo tres días después del suceso:
«Figúrese usted, amigo Rivero: llovían proyectiles, y yo sabía que abajo, en la bodega, había 50 toneladas de pólvora... Corren hasta los tullidos.»
La información que antecede fué escrita en los mismos días del suceso; poco después obtuve datos sobre la tripulación del Yosemite, y, últimamente, pude averiguar hechos muy graves, que, de no constarme su absoluta certeza, no los hubiera estampado en este libro.
El gobernador, general Macías, acostumbraba recibir cada noche en Palacio a los generales Ortega y Vallarino, con algunos de sus ayudantes; a los coroneles Laguna y Sánchez de Castilla, al teniente coronel Miquelini, al capitán de Ingenieros Eduardo González, al doctor Francia, secretario de Gobierno, y a otras personas. Se jugaba al tresillo y se comentaban los sucesos del día.
La noche del 27 de junio de 1898, y al terminar la velada, cerca de las once, el general Macías mostró al de Marina, Vallarino, un cable fechado el día 20 del mismo mes y ya descifrado, en el cual el ministro de la Guerra avisaba que el trasatlántico Antonio López, desarmado, llegaría a la altura de San Juan alrededor del día 27, conduciendo una buena parte del material de guerra pedido, y que se tomaran las medidas necesarias para la protección de dicho buque por las fuerzas navales del puerto y se encendiesen las boyas, toda vez que el faro estaba apagado y el vapor recalaría de noche. [1]
De este despacho se enteraron también varios de los presentes, alguno de los cuales habita hoy en San Juan de Puerto Rico y es caballero de cuya honorabilidad nadie puede dudar.
Vallarino leyó el cable, y en vez de adoptar las medidas de protección que se pedían... se fué a dormir.
- ↑ El original de este despacho existe en el Archivo de Segovia, carpeta I, legajo 45.—N. del A.