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CRÓNICAS
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Hubo varios incidentes en extremo graciosos; graciosos ahora que han pasado. Los fogoneros enviaron a cubierta a uno de ellos para que, observando el aspecto del combate, les comunicara todo lo que veía, y éste, a través del tubo de un ventilador, enviaba noticias a los de abajo en la cámara de hornos. Pero hubo un momento en que dicho hombre pareció tan interesado observando los proyectiles, que caían cada vez más próximos, que se olvidó de su misión, por lo cual sus compañeros le dieron órdenes de bajar seguidamente, amenazándole con una zurra y enviando, al mismo tiempo, otro fogonero para susti- tuírle. Me parece oír a este último gritando por el ventilador: ¡Un gran proyectil, precisamente delante del buque, y haciendo un ruido semejante al de un barril de clavos! Otro caso de risa. Estaba yo diciendo alguna cosa a mi mensajero, cuando el proyectil a que antes me referí pasó rozando el bote-balle- nera, y entonces se me ocurrió advertirle a dicho mensajero: -Pasó demasiado cerca, y si siguen acercándose, tendremos que irnos de aquí, aunque yo ignoro adónde iremos. El miró a todas partes y, señalando un ventilador que había tres o cuatro pies más allá, me respondió: -Podemos escondernos detrás de aquello. Segundos más tarde otro proyectil pasó aún más inmediato a nos- otros, y aunque después nos asombramos de ello, ambos saltamos, es- condiendo las cabezas detrás del ventilador. Estoy seguro que podría referirle una docena más de incidentes parecidos si mi memoria me prestase auxilio. Finalmente, y a eso de las diez y treinta, hicimos rumbo mar afuera; así es que el combate duró cuatro o cinco horas. El New Orleans, que nos relevó, montaba cañones de seis pul- gadas, y era un buque de guerra recién construído en Inglaterra; sus piezas tenían 50 calibres de longitud, y las nuestras solamente 40, y por esto las primeras tenían alcance bastante para atacar y destruír al Antonio López sin temor a los fuegos del castillo del Morro. Ade- más, las municiones del Yosemite eran deficientes; muchos proyectiles explotaban en el momento de salir de la boca del cañón, y dos lo hi- cieron dentro del ánima. En una pieza de la banda de estribor se dila- tó tanto el metal cerca de la boca, que dicho cañón parecía una persona con papera. El jefe de nuestros artilleros (quien al final de la guerra europea regresó convertido en todo un coronel) concibió la idea de aserrar la caña de dicha pieza, utilizando para ello una sierra de mano de 12 pulgadas de largo, la mayor que teníamos a bordo, y que fué manejada sin descanso durante veinticuatro horas, cortando un trozo de 18 pulgadas de longitud del extremo del cañón, y que-- dando la parte sobrante convertida en una excelente boca de fuego..