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CRÓNICAS
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donde esperaría órdenes. En la misma orden se le indicó impidiese que la tropa en- trase en casas particulares ni que en modo alguno molestara a los habitantes pací- ficos.

El comandante, acompañado por el capitán Anderson, teniente Rokenbach y te- niente Wright, entró en Yauco, a caballo, a las cinco de la tarde; detrás venían a pie los 50 hombres por no haber proporcionado caballos el alcalde Mejía, caballos que se le pidieron el día anterior.

Cuenta el comandante Hayes que su primera entrada en Yauco fué saludada con aclamaciones del pueblo, y añade en su informe oficial: «Bienvenida tan entusiasta no la recibió jamás ninguna tropa: calles y plaza pública no podían contener a las multitudes que daban vivas a los Estados Unidos, a su presidente y al Ejército ame- ricano.»

Siguieron el jefe y oficiales hasta la Alcaldía, y entonces supieron que estaba en el pueblo, desde algunas horas antes, el general de ingenieros Roy Stone, quien acababa de llegar de Ponce con un pequeño destacamento y una sección de tele- grafistas. Dicho general ya había requisado y puesto en estado de servicio 25 vago- nes y 20 plataformas, material que consideró suficiente para conducir a Ponce toda la brigada Garretson. Puestos de acuerdo el general y el comandante, tomaron el tren, llegaron a Tallaboa a las nueve de la noche del día 28, encontrando la estación sin máquinas ni carros, ni tampoco señales de armas y municiones.

Estas armas y municiones que se suponían en Tallaboa, habían sido llevadas a Ponce el día anterior.

Permanecieron los expedicionarios una hora en el Peñón, regresando a Yauco, y allí hallaron al teniente Philipp con 50 hombres, los cuales vivaqueaban en la plaza pública.

Al siguiente día, 29 de julio, por la mañana, se izó la bandera de los Estados Unidos en la Alcaldía; dos compañías de Illinois, al mando del comandante Clarke, que vinieron de Guánica, y el destacamento Philipp, formaron frente al edificio; los comandantes Clarke y Hayes y el alcalde Mejía se asomaron al balcón y el teniente Rokenbach, con dos trompeteros subió a la azotea. El pueblo, impresionado por el aparato militar del acto, estaba silencioso; la bandera española fué arriada por Me- jía; sonaron las trompetas, toda la fuerza presentó las armas y el pabellón ameri- cano flotó sobre la ciudad de Yauco. Desde el balcón el alcalde leyó al pueblo el siguiente documento: