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CRÓNICAS
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tro del caserío hasta las inmediaciones de la Aduana, y dando por terminado el reconocimiento, regresé a Guayama, donde quise comunicarme con la Capitanía General, lo que fué imposible, porque el telegrafista se había marchado, llevándose todos los aparatos y destruyendo parte de la línea, por lo cual envié una pareja montada a Cayey para que transmitiese desde allí un parte urgente a San Juan.

Seguidamente, utilizando toda la fuerza de infantería y algunos auxiliares paisanos, dispuse la construcción de trincheras, cortando el camino hacia Arroyo, en sitios dominantes y apropiados para llevar la resistencia al límite posible, toda vez que por mis noticias y reconocimiento había llegado a la conclusión de que las fuerzas americanas constituían una brigada completa y con varias baterías de campaña, además de los cañones dinamiteros que ya te indiqué. En tales operaciones estaba, cuando a eso de las cuatro de la tarde llegó el teniente coronel de Estado Mayor, Larrea, quien, después de recorrer todo el frente y trincheras, aprobando mis disposiciones, se retiró, no sin indicarme antes que la retirada de toda mi fuerza, cuando yo lo juzgase necesario, debía hacerla sobre las alturas de Guamaní, posición dominante en la carretera hacia Cayey, y en la cual se habían construído algunas obras de campaña y acampado fuerzas de infantería al mando del comandante de ingenieros D. Julio Cervera, ayudante de campo del capitán general Macías.

Al siguiente día de ocurrir los sucesos que te relato, y desde las primeras horas de la mañana, comenzó el avance en fuerza del enemigo, que venía por la carretera, desplegando por ambos flancos una verdadera nube de guerrillas. Tan pronto los tuvimos a tiro, rompimos contra ellos fuego individual, que debió haber causado algún efecto, porque vi retroceder las avanzadas y agruparse algunas unidades que buscaron refugio en los accidentes del terreno. Pero media hora más tarde volvieron a emprender el avance, al parecer muy reforzadas sus vanguardias.

Resistí cuanto pude, dentro de mis trincheras, y después comencé una retirada, por escalones, en que cada uno protegía con sus fuegos y a cubierto de los cañaverales, la de los más avanzados; y tras muchas horas de combate, extenuados de la sed y con regular número de muertos y heridos, entré en Guayama, saliendo seguidamente hacia Cayey, al observar que una fuerza de artillería y secciones a pie se corrían por ambos flancos con la intención manifiesta de encerrarme dentro de la población. Efectivamente, aun no había llegado con mi gente al puente de hierro, cuando me saludaron con algunos cañonazos disparados desde las alturas del acueducto; pero como no hubiese enemigo alguno cercano ni caballería que nos persiguiera, seguimos con toda calma, y ya bien tarde, casi de noche, llegamos a las posiciones del Guamaní, de donde había bajado fuerza a recibirnos.

Aquí arriba, en estos picachos, desde donde se divisa toda la llanada de Guayama, los campamentos enemigos y sus buques que van y vienen por la costa, disparando cañonazos de cuando en cuando, permanecí y aún sigo. Hace pocos días hubo un ligero tiroteo contra una partida americana, al parecer con muchos oficiales, y que venía indudablemente a reconocer nuestras posiciones; al recibir las primeras descargas de Máuser se refugiaron en la casilla del peón caminero, y desde arriba y con los gemelos de campaña, presenciamos su retirada en toda dirección y a la mayor velocidad que podían hacerla.

Ayer, muy de mañana, vimos un gran contingente enemigo, de infantería, acom-