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A. RIVERO
 

mas posiciones anteriormente ocupadas por el enemigo. Una hora antes de terminar el combate se había dado órdenes al tren de carros (el que había permanecido a retaguardia) para que avanzase más allá del puente de Silva, y allí aparcó en doble columna.

Antes que cerrase la noche envié al capitán Macomb con sus jinetes, para que haciendo un esfuerzo procurase capturar un tren que, desde Mayagüez, se dirigía hacia el sitio que ocupábamos; esto no fué posible, y entonces el teniente Maginnis le disparó dos cañonazos, retrocediendo dicho tren a toda velocidad. Más tarde, y aunque la noche había cerrado, el mismo capitán pudo hacer algunos prisioneros, incluyendo entre ellos un teniente herido.

Debo mencionar que hubo gran dificultad en localizar al enemigo, circunstancia que hizo muy difícil el dar órdenes precisas para la formación en orden de combate. Otra causa de ansiedad durante el primer período de la acción fué la noticia que recibiera el comandante de la brigada, desde diferentes puntos del campo de batalla, y todas ellas enviadas por oficiales, de que el enemigo estaba tratando de flanquear, unas veces nuestra derecha, y otras nuestra izquierda, con la intención manifiesta de capturar el tren. Hubo algún fundamento para tales avisos; pero, indudablemente, las partidas flanqueadoras, o fueron muy pequeñas, o abandonaron su propósito al notar nuestro firme avance; añadiré además que el tren estaba bien guardado.

He traducido literalmente los párrafos anteriores por encontrar en ellos un reflejo exacto de la verdad; afirman esta creencia mía las noticias que, personalmente y por escrito, obtuve del capitán Torrecillas, y además el propio conocimiento del terreno que he recorrido cuidadosamente. El artillero Karl Stephen, en su delicioso libro que ya conocen en parte mis lectores, escribe:

A riesgo de ser considerado demasiado prolijo, no puedo menos de dedicar otro capítulo a Hormigueros; primero por haber sido allí mi bautismo de fuego, y segundo, porque hay muchas cosas guardadas en la memoria de un soldado, que no pueden ser consignadas en el report de un comandante general.

A las tres y media las guerrillas llegaron al río Rosario; pero siendo imposible pasarlo, marcharon a retaguardia, y, llegando al camino, salieron por el puente de hierro ya descrito por el general Schwan; fué en este momento que las fuerzas españolas comenzaron el fuego, ocultas entre unas malezas y a 500 yardas de nuestro frente.

Apretados, como estábamos, a todos parecerá que la lluvia de plomo que caía sobre nosotros debió hacer una verdadera carnicería; no fué así. Y la sola explicación que encuentro a nuestra maravillosa inmunidad, probablemente descansa en el hecho de que también el fuego que hacíamos al enemigo era excesivamente malo. Muchas balas silbaban sobre nuestras cabezas o levantaban nubéculas de polvo en las inmediaciones; pero aunque el estampido de los rifles se parecía al ruido que produjeran cien mil botellas de cerveza destapadas al mismo tiempo, ni el más leve vestigio de humo empañaba la clara atmósfera, y ni un solo uniforme enemigo pudo divisarse. Por alguna razón, que ignoro, nuestra infantería no replicaba debidamente