otro paso, aguas arriba, cerca de la confluencia del Mayagüecillo, llamado vado de Zapata, y que me preparase para seguir camino. Preparado estaba, cuando llegó un nuevo aviso de Osés, quien manifestaba no podía llevarme, por ser el paso muy difícil y porque mi estado de salud, según los médicos de la columna, me impedía hacer aquella jornada.
Quedé en la casa de Blandín, con mi asistente y un sargento, escribiente de la Comandancia Militar, quien rehusó abandonarme.
Poco después de esto fué invadida la habitación por un grupo de paisanos en actitud turbulenta y dando vivas a Puerto Rico libre y al ejército americano. Un resto de energías me permitió imponerme a los revoltosos, quienes se marcharon sin cometer mayores desmanes.
Quedé acostado, dolorido y pensando en mis buenos soldados; hasta mí llegó poco después el estruendo de disparos de cañones y fusiles. Indudablemente se estaba combatiendo, y yo, ¡pobre de mí!, nada podía hacer para ayudarles, ni aun para buscar la honrosa muerte que tanto ambiciona el soldado.
Usted sabe todo lo demás. Al sonar los primeros cañonazos enemigos, toda la columna, que ya estaba cruzando el vado, se desorganizó; los comandantes Jaspe y Espiñeira, lejos de contener a los que huían y hacer frente al enemigo, apresuraban el paso, empujando a los fugitivos hacia Lares. Sólo Olea y sus artilleros conservaron la sangre fría en medio de tanta confusión. Toda la artillería pasó al otro lado, y en una loma cercana, Olea emplazó sus cañones y allí esperó órdenes para romper el fuego, órdenes que no pudo recibir porque no había quien pudiese dárselas; entonces cargó todo el material, y sin escolta emprendió la retirada. Después supe que este joven, recién salido de la Academia de Segovia, llegó a Arecibo, y más tarde a San Juan, sin grandes pérdidas, solamente un cabo y un artillero muertos y también un mulo.
Los voluntarios tampoco dispararon un tiro; solamente Osés y el segundo teniente, Lucas Hernández Martínez, con algunos soldados, dieron cara al enemigo y contestaron el fuego hasta agotar sus municiones. También Juancho Bascarán y sus guerrilleros pelearon con valor, y después del combate pasaron toda aquella noche ocultos en el monte y a retaguardia del enemigo, y ya de madrugada pudieron escurrirse atravesando el Guasio hacia Lares, aguas arriba del vado de Zapata.
Osés estaba con fuerte calentura, y entonces él y el teniente Hernández se ocultaron en la maleza, y más tarde llegaron a una casa cercana en busca de comida, pues estaban muertos de hambre, y allí fueron hechos prisioneros en circunstancias que ignoro.
Al siguiente día, 14 de agosto, comenzó la tregua, y desde entonces fuí blanco de los ataques y calumnias de muchos, quienes, a voz en cuello, pedían nada menos que