mi fusilamiento, acusándome de cobarde, de traidor y hasta de que me había vendido al enemigo por la suma de 20.000 dólares. Sólo fuí procesado militarmente, y por fin el más alto tribunal de España decretó mi absolución, con los pronunciamientos más honrosos que yo podía esperar; y aquí me tiene usted, amigo mío, de vicecónsul de España en esta ciudad de Santiago de Cuba.
El día 13, por la tarde, fuí hecho prisionero en la casa de Blandín, donde estaba padeciendo de mis heridas; los cirujanos americanos me atendieron y curaron con esmero, llevándome en una ambulancia a Las Marías a casa del alcalde Olivencia, y tanto a él como a su bondadosa familia debo favores inolvidables. Algunos días después fuí conducido a Mayagüez y una vez allí ingresé en el hospital militar; pero como estuviese mi familia en aquella ciudad, se me concedió permiso para unirme a ella, habitando en una casa particular, donde, diariamente, recibía la visita del capitán encargado de los prisioneros.
Permanecí en cama hasta el 28 de septiembre, día en que me levanté y pude andar con muletas. Tanto se habló contra mí, que mis enemigos de la víspera tuvieron que defenderme; el comandante Benham y el cirujano Savage, que me curó, publicaron en la prensa de Mayaguez dos certificados, los cuales le incluyo.
Los habitantes de aquella noble ciudad me hicieron el honor de enviarme un mensaje de despedida, que también le remito.
Poco me resta que añadir; cumplí siempre con mi deber; tal vez bajo el influjo de las circunstancias y de los contradictorios informes que a cada instante recibía, cometí errores, pero nunca traiciones ni cobardías. Desde el 24 de abril al 13 de agosto, crucé con el capitán general más de cien telegramas, cuyas copias y originales le envío; en muchos de ellos aprobaba mi conducta, y, sin embargo, el día 15 de agosto ordenó mi procesamiento y prisión, tan pronto me presentase.
Todavía prisionero, obtuve permiso del general Schwan para redactar y remitirle un minucioso diario de operaciones que cerré con fecha 12 de agosto. Todo esto hice, y, a pesar de ello, se me acusó de silencio estudiado y punible.
Yo tenía enemigos; eran consecuencias de mi carácter, exclusivamente militar, y que no se plegaba a ciertos manejos y exigencias de los caciques políticos. Infiesta