Fué derrotado y prevaleció el criterio de Osés, quien en voz alta trató despectivamente al coronel Soto, haciéndole imputaciones de «que no era verdad estuviese herido», y concluyó proponiendo que debía ser abandonado en su alojamiento, mientras la columna continuaría la marcha.
Como la discusión se sostuviera en voz alta y tonos violentos, la dueña de la casa, que se enteró de todo, salió de sus habitaciones e increpó duramente a Osés y a sus partidarios, manifestando (estas fueron sus palabras) «que era un acto de cobardía abandonar un jefe español enfermo mal y herido, para que cayese en manos de sus perseguidores». La energía de aquella dama, madre del Sr. Olivencia, actual secretario de la municipalidad de Mayagüez, hizo impresión favorable, y por esto se tomó acuerdo de que Soto, en camilla, siguiese a la columna, pero transportado por paisanos, porque «no podía distraerse a la tropa en tales funciones».
Osés, Espiñeira y Jaspe, capitanes González, García Cuyar, Torrecillas y otros, se retiraron a su alojamiento en la casa del rico agricultor y comerciante José Pérez. Suau, comandante Salazar, capitán Bascarán, teniente Graña y otros de Voluntarios, así como el capitán Serena, de Alfonso XIII, se alojaron en la casa del comerciante José Guiscafré.
Hacia el vado.—Una hora después las cornetas tocaron llamada, y las fuerzas, silenciosamente, formaron en la plaza; las acémilas fueron cargadas, se avisó a Soto para que se incorporase a la columna, y todos salieron del pueblo, siguiendo el camino de herradura que conduce al paso de Lares, sobre el río Guasio. La noche era obscura, lluviosa, y el terreno resbaladizo; a cada instante, hombres y mulos rodaban cuesta abajo; fué preciso descargar los cañones y transportarlos a brazo. Así se recorrieron dos kilómetros, más o menos, hasta llegar a la orilla del río. Venía éste crecido con el volumen de sus propias aguas y por las del Mayagüecillo, que vierte su caudal de afluente media milla hacia arriba. Allí pasó la columna todo el resto de la noche.
Al amanecer, un guerrillero, Ibáñez, Guardia civil licenciado, vadeó el río con su caballo, y al regresar fué arrollado y pereció. Las aguas no bajaban; eran las nueve