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Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/382

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A. RIVERO
 

Mientras tanto, me permito llamar su atención sobre el "report" oficial de aquella parte de la Brigada que tomó parte en las operaciones, conocida por el nombre de la columna Mayagüez o columna Oeste de la campaña de Puerto Rico, y más adelante, y en particular, al pasaje en el "report" anual de 1898 del teniente general Nelson A. Miles, el cual era, entonces, comandante del Ejército de los Estados Unidos, con el mando de las tropas que tomaron parte en dichas operaciones. Estos dos documentos y otra correspondencia que se cruzó entre la Brigada y el Cuartel General de Miles están impresos en forma de libro y son fáciles de adquirir por cualquier persona que los desee consultar.

No siéndome posible ampliar , estos "report" no está de más narrar, tal vez para que los cite en su historia, algunos incidentes que recuerdo, los cuales se reladonan con estos sucesos en cuestión.

El último combate de la Brigada con las tropas españolas tuvo lugar no lejos de Las Marías, y cerca de las orillas de un río que estaba crecido, y fué también el último encuentro entre los españoles y las fuerzas americanas en el campo de la guerra; una guerra trascendental en sus resultados, porque le abrió el camino a América para participar de los sucesos del mundo, de los cuales, hasta entonces, se había mantenido ella misma más o menos apartada.

La avanzada de mi tropa llegó al río ya citado, después de fatigosa marcha, en la tarde (el 8 de agosto, 1898, me parece), y allí vivaqueó. Poco después, un mensaje me fué traído, por un sargento español, el cual me enviaba el coronel del Regimiento Alfonso XIII, [1] en que me manifestaba hallarse enfermo en la casa de un campesino, la cual estaba cerca, y manifestando su deseo de tener una conferencia personalmente conmigo. Acompañado del capitán Hutchinson, el ayudante de la Brigada, fui a verle. El estaba cojo, debido, quizá, a un balazo o a un accidente de cualquier clase, y me pidió que le enviara un médico y también, si posible, que le proveyese de una ambulancia que lo llevase a¡ Mayagüez, donde había quedado su familia. Afortunadamente, yo estaba en condiciones de satisfacer inmediatamente sus deseos.

Temprano en la tarde, un convoy pudo verse a lo lejos, separado, por lo que parecía ser un matorral impenetrable, aparentemente escoltado por la retaguardia del enemigo que se retiraba; sin duda, había sido detenido por el río ya citado. Una compañía que voluntariamente se ofreció para ello, salió con órdenes de capturar aquella fuerza. Tarde, en la noche, regresó la compañía con los soldados regulares mencionados en su carta, como prisioneros, incluyendo el teniente coronel del regimiento, a quien había sido dado el comando cuando el coronel quedó atrás al cuidado de dos sargentos o cabos. El teniente coronel me dio su espada, la que seguidamente le fué devuelta.

Réstame contar la triste suerte que le esperaba al coronel al regresar a su país. Pocos meses después recibí una patética carta de este oficial, la cual, según él decía, la enviaba subrepticiamente por estar incomunicado y prisionero en un fuerte español. Estaba acusado—decía—de haber ignominiosamente rendido su fuerza por un soborno de diez mil dólares recibidos del comandante de las tropas americanas. El suplicaba que sometiera a las autoridades militares españolas una declaración jurada de los hechos verdaderos en cuestión: que al acercarse mi Brigada había tomo

  1. Soto era el comandante militar de Mayagüez. —N. del A.