calor y de la sed en su marcha forzada hacia Mayagüez. El incidente que relato a continuación demuestra cómo en todas ocasiones, aun en los momentos de combate, es el estómago del soldado el órgano de su cuerpo al que se pide los mayores sacrificios; todos los soldados habían recibido aviso, una y otra vez, de que no comiesen frutas, y especialmente mangoes. En un descanso, durante la marcha, uno de ellos, aparentemente rendido por el calor, se tendió al lado del camino; nuestro sargento de sanidad se acercó, y entonces aquél le dijo:
—Tenga la bondad de llevarme un rato en esa ambulancia.
En este momento dichas ambulancias estaban repletas de enfermos, muchos de ellos padeciendo de fiebre tifoidea. El sargento le preguntó:
—¿Qué le ocurre a usted que no puede caminar?
—Tengo un fuerte dolor de estómago.
—¿Qué ha comido usted?
—Nada; solamente algunos mangoes.
—¿Cuántos mangoes ha comido usted?
—¡Oh, muy pocos!; solamente una docena, más o menos.
—Muy bien, joven; no hay sitio en esta ambulancia para usted, porque está llena de hombres realmente enfermos; pero mi consejo es que si usted come otra docena más de aquellos mangoes, tal vez usted conozca la causa de su enfermedad.
Y entonces la columna siguió su marcha.
Después de haber entregado mis heridos en el hospital de la Cruz Roja, me uní a mi regimiento, que dormía en sus tiendas de campaña, en una altura cercana a la población; solamente velaban los centinelas, muchos de los cuales, que eran reclutas, aparecían muy excitados. Como deseaba cruzar las líneas, llamé varias veces para indicar mi presencia, pero nadie me contestó. Sintiéndome muy cansado y muerto de sueño, resolví entrar de cualquier manera, y cuando lo verificaba, recibí un disparo de uno de aquellos centinelas. Tan pronto como oyó mi voz apareció muy confuso, y como realmente yo había cometido una locura, le pregunté qué demonios le habían impulsado para hacerme fuego, y su respuesta no fué muy lisonjera:
—Señor, yo no sabía que era usted; pensé que era una vaca..... y nosotros teníamos órdenes de no permitir que nadie, durante la noche, traspasara las líneas.
A la mañana siguiente la brigada continuó en persecución de las fuerzas españolas, que se retiraban en dirección a Las Marías. Fué éste también día de gran calor y mucho polvo cuando trepamos por montañas tan difíciles que nos fué imposible llegar más allá de la mitad de la jornada; desgraciadamente tuvimos necesidad de hacer alto en un barranco, entre dos alturas; entonces comenzó a diluviar, y fueron tal vez las lluvias más torrenciales de que tengo noticias; los caminos se pusieron tan resbaladizos, que ni aun los hombres podían mantenerse en pie con gran trabajo.
Vivaqueamos en dicha posición aquella noche, y al amanecer, un batallón marchó a vanguardia, con alguna artillería, para restablecer el contacto con el enemigo; pero los caballos, a pesar de sus esfuerzos, no pudieron arrastrar las piezas hacia las montañas, y compañías enteras de infantería tuvieron que tirar de los cañones para poder sacarlos de aquel mal paso. El teniente coronel Burke iba al mando de este batallón de vanguardia y alcanzando por fin la retaguardia española, pudo hacerle considerable daño con sus fuegos desde lo alto, toda vez que aquella fuerza enemiga estaba