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A. RIVERO
 

abajo, al lado de un río. Este pequeño combate duró muy poco, y nos proporcionó un número considerable de prisioneros, entre los cuales estaba un coronel, un teniente coronel y otro oficial. El teniente coronel estaba enfermo, pero no pareció deseoso de aceptar mis ofrecimientos facultativos. Tal vez se ignore que nuestros soldados mostraron la mayor alegría por haber capturado los instrumentos de música de la banda española, y tan pronto como los tuvieron en su poder, rompieron a tocar There is a hot time in the old town to-night, canto que fué nuestro himno nacional durante la campaña de 1898, en medio del ruido de la fusilería, y a pesar del hambre, sed y calor que sufrimos.

Después del último combate, yo tuve la suerte de encontrar en el campo la caja de instrumentos de cirugía de los médicos militares españoles; pero no hallé oportunidad de usarla por falta de tiempo y de pacientes.

En la tarde de aquel mismo día, el doctor Jiménez Nussa, quien presenció el combate, condujo a través de nuestras líneas al comandante de las fuerzas españolas, el coronel Julio Soto, el cual estaba malamente herido por una caída, y fué capturado en una casa con algunos de sus soldados. Este jefe sufría grandes dolores, y estaba totalmente imposibilitado de moverse, y tampoco podía ser transportado ni a caballo ni en ambulancia. Tenía una rodilla completamente hinchada, y su pulso era débil, pero todos admirábamos su gran valor, y, al verlo prisionero, mostramos hacia él el más profundo respeto y sincera piedad, por la desgracia de que no hubiera tenido la oportunidad de seguir a su tropa. Este coronel ganó muchas amistades entre nosotros, simplemente, por ser el tipo del perfecto soldado, y nuestro propio general fué expresamente a San Juan, para explicar allí, a las autoridades militares españolas, la imposibilidad física que impidió a dicho jefe ofrecer resistencia personal a las tropas americanas.

La estancia en nuestro último campamento siempre será recordada por todos los soldados que esperaron en él a que el Protocolo de paz se firmase. Aquel campo era un mar de fango, y durante la noche se sentía gran humedad; faltaba todo el confort a que nuestras tropas estaban acostumbradas; pero siempre, éstas, aparecieron sumamente alegres. En aquel campo de lodo, como cariñosamente le llamaban los soldados, un gran número de éstos contrajeron enfermedades, que no podíamos evitar, porque las órdenes del Armisticio eran de permanecer cada fuerza donde estaba.

Así terminó esta breve campaña, que nos hizo conocer a los españoles en los campos de batalla. Según vimos, en periódicos de Mayagüez, ambas fuerzas eran casi iguales; entre la guarnición española, de tropas regulares y los voluntarios, había un total de 1.382. De aquel número yo deduzco que ellos pudieron haber puesto algunas fuerzas más en las trincheras de Hormigueros.

España fué un noble enemigo. A pesar de la imposibilidad en que estaban nuestros soldados de mantener conversaciones con sus prisioneros, no hubo las señales de odio, y ambos adversarios parecían satisfechos de que todos habían llenado su deber de soldados, y que había llegado el momento de enterrar toda animosidad originada por la guerra desde el instante en que había cesado el estampido de los cañones.