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A. RIVERO
 

ofreció a ir por ellos a Ceiba, no sin que antes alguien hablase al oído del coronel^ en dialecto catalán, advirtiéndole que todos los familiares del telegrafista estaban refugiados en el faro, al amparo de las fuerzas americanas y, que por tanto, aquél no era de fiar. Pino entonces, poniéndole la mano sobre el hombro, le dijo estas pala- bras o algunas muy parecidas:

—Joven: no tengo motivos fundados para dudar de su lealtad; pero como sé que sus familiares están dentro del faro, le prevengo, ahora, que su cabeza me responde de su discreción.

Dos horas después la estación de Fajardo estaba en comunicación con el resto de la Isla, por ambas bandas de la línea, y el corone), poniéndose al habla con el ca- pitán general, le dio cuenta de todo, recibiendo este telegrama que copio textual- mente;

Oficina de la Fortaleza. Capitán General a coronel Pino. — Restablezca autorida- des, y si puede haga un ataque al faro; limítese a un achuchón.

Seguidamente todos los soldados fueron alojados en diferentes casas, muchas de las cuales fué preciso abrir a la fuerza por no encontrarse en ellas sus habitantes. Así pasaron, sin mayores incidentes, aquella noche y el siguiente día, y a eso de las doce de la del 8, cuando la mayor parte de los soldados dormían, fueron llamados a sus alojamientos, y toda la columna formó en la plaza y desfiló silenciosamente camino del faro. Al llegar cerca de éste y a cubierto de unas malezas que allí había, toda la infantería rompió fuego por descargas, apuntando a la luz del faro. Los de- fensores contestaron con fusiles y ametralladoras y poco después se extinguió la luz, y entonces los buques americanos, dirigiendo hacia tierra la luz de sus proyectores, rompieron fuego de cañón, arrojando granada tras granada en todas direcciones.

Brilló de nuevo el faro y seguidamente cesó el fuego por ambas partes, y toda la fuerza del coronel Pino, siempre a cubierto por los accidentes del terreno, regresó al pueblo, descansó algún tiempo y por la tarde emprendió su regreso camino de San Juan,

No hubo bajas de clase alguna, aunque la tropa dejó muchos sombreros y otras prendas de su uniforme entre los zarzales y malezas.

Había terminado aquella farsa que se llamó, pomposamente, en los partes oficia- les, captura de Fajardo v ataque al faro. Realmente el único objeto de la expedición, y por eso no llevó artillería con que batir al faro, era la captura de Santiago Veve y Prisco Vizcarrondo. Los dos viven, y tal vez, si se toman la pena de leer este rela- to, recordarán con satisfacción cuan fácilmente escaparon de aquella peligrosa aven- tura en que su sangre joven y la fuerza de las circunstancias los enredaron.

Alguna fuerza de la Guardia civil quedó en Fajardo, la Milicia ciudadana de Prisco se ocultó donde pudo, y 1^ bandera española siguió flotando sobre la Aduana