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CRÓNICAS
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y Casa municipal hasta el día 30 de septiembre, en que fué ocupada la población por fuerzas al mando del capitán L. H. Palmer, del ejército americano. Al abandonarla, algunos soldados de la columna Pino asaltaron un estableci- miento comercial, propiedad del juez Barceló, causando en él grandes destrozos y substrayendo un buen número de efectos; cerca de Río Grande, el coronel, quien tuvo noticias del suceso, resolvió hacer una investigación, y como se traslucieran sus in- tenciones, los soldados arrojaron al campo y a las cunetas todos los efectos subs- traídos. Cuando la columna llegó a San Juan y el general Macías tuvo noticias de la des- dichada ocurrencia, ordenó al capitán Cecilio Martínez Forcada que instruyese un expediente, de cuyo resultado no tuve noticias, como tampoco de la recompensa que pudo alcanzar el coronel del Pino por su arriesgada operación de guerra. Y como tal vez el curioso lector arda en deseos de saber algo de lo que ocurrió dentro del faro de Fajardo, durante la noche del tiroteo y día anterior, voy a com- placerle, insertando, a continuación, copia fiel de un informe oficial que sobre aque- llos sucesos escribió el teniente Atwater: U. S. S. Amphitrite, segunda clase. Afueras del cabo de San Juan, Puerto Rico, agosto 10, 1898. Señor: Tengo el honor de hacerle la siguiente narración de lo que ocurrió, durante mi ausencia de este buque, mientras estuve encargado del faro de las Cabe- zas de San Juan, en los días del 6 al 9. El alférez K. M. Bennett, con el segundo ingeniero D. J. Henkins y los cadetes de marina W. H. Boardman, Paul Foley y el pagador O. F. Cate y 14 subalternos y marinos, dejaron este buque a las siete de la tarde de dicho día para recuperar el faro. A las siete y cuarto recibí órdenes para seguir aquella fuerza, en un segundo bote, y tomar el mando de ella. A las siete y tres cuartos marché con el segundo cirujano A. H. Heppner y 14 hombres armados. Cuando estaba en marcha encontré al bote del alférez Bennett, el cual estaba buscando la entrada a través de los arre- cifes, y le ordené que siguiese el mío. Estaba muy obscuro, y cuando habíamos llegado a mitad del canal, vararon ambos botes; pero, gracias al esfuerzo de los hombres que se echaron al agua, las embarcaciones llegaron a la playa a las nueve de la noche. Envié al alférez Bennett, con su partida, para que ocupase el faro y encendiese la lámpara, permaneciendo yo con el otro destacamento para inspeccionar que los botes saliesen sin dificultad de los arrecifes, y a pesar de todo eso, volvieron a encallar al regreso; pero gracias a la luz de la luna, que alumbró en aquellos momentos, pudie- ron seguir adelante y entonces subí a la loma donde está el faro. No había enemigo la vista. Al entrar en el faro tuve noticias de que el cadete Boardman había erido, con su propio revólver, en un accidente imprevisto. El doctor manifestó que a herida no era seria, aunque estaba cerca de la arteria femoral, pero que él creía no abía sido tocada. El cadete Boardman estaba acostado en un colchón, en el suelo, n el mismo sitio donde había caído, y ordené que fuese llevado al cuarto principal