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A. RIVERO
 

y además hice cuanto pude para llenar los deseos del médico y no se perdió tiempo para que el paciente fuese enviado, con toda rapidez, a bordo; pero a causa de la distancia y al imperfecto servicio que prestaron las linternas de señales, fué imposi- ble comunicarme con ese buque al principio, pero más tarde tuve éxito merced al empleo de unas antorchas de estopa empapadas en petróleo ^.

Entretanto, había enviado al artillero F. C. Stickney, con el marino C. W. Me Fi- llip, quien sabía español, para llevar noticias a bordo de la ocurrencia, comisión que desempeñaron con notable eficiencia, y cuando llegaron al buque tuvieron opor- tunidad de acompañar al doctor H. G. Beyer, que vino en un bote a buscar al heri- do. Ambos doctores atendieron perfectamente al paciente, y como había luna clara,, fué fácil enviarlo a bordo acompañado de una escolta.

Lo ocurrido fué que, al entrar en el edificio, que estaba muy obscuro, quiso ase- gurarse de que no había dentro enemigos y ordenó, después de tener esta seguri- dad, que sus hombres dejasen las armas para subir a la torre del faro por una esca- lera en espiral que a ella conducía. En cumplimiento de esta orden, todos los co- rreajes fueron dejados aparte; un revólver se palió de su funda (después se averiguó que el mecanismo de seguridad no estaba en orden) y cayendo en el piso (que era de losas de mármol) se disparó, hiriendo la bala al cadete Boardman.

Para poner el edificio a cubierto de un ataque de frente, hice abrir en las puer- tas de aquel lado algunas aspilleras y situé en ellas tres hombres con instrucciones, concretas. Como el pórtico podía ofrecer alguna protección a los atacantes, fueron arrancados dos ladrillos del mismo y frente a cada agujero puse un marino, revól- ver en mano, proveyéndolos de pequeñas bolas de estopa impregnadas en petróleo,, para poder tener luz en caso de necesidad.

Una gran cantidad de petróleo, en cajas, que allí había, fué almacenado en la base de la torre, y como teníamos bastantes víveres y agua, cada día se hizo una dis- tribución muy liberal de ellos, así como de municiones. Se colocaron centinelas en la torre y también en la azotea y en la puerta de entrada. Había dos marinos que sabían hablar español y los nombré intérpretes, y toda la fuerza fué dividida en cua- tro secciones de seis hombres cada una, mandadas por un sargento; cada dos de ellas tenían un oficial, un cocinero, escuchas, intérprete y todo lo necesario. Toda la fuerza se comportó con admirable entereza y nunca oí murmuraciones de clase alguna ni recibí otra petición que la de permisos para salir a reconocer el terreno.

Los habitantes del país parecían bien dispuestos en nuestro favor y mostraron deseos de ayudarnos en todo aquello que no envolviese riesgo personal; estaban ar- mados con machetes, pero carecían de armas de fuego en absoluto. El día 7, dicha gente llegó propalando toda clase de rumores, algunos muy exagerados, acerca de la aproximación de tropa española y de la cual temían el peor trato, y a causa de esto yo le dije al intérprete Brown, que marchase en busca de información; para ob- tenerla con menos riesgo, éste vistió un traje de los que usaban los nativos, y ar mado de un revólver, marchó hacia abajo, montado en un caballo de la peor clase; yo estuve observándolo desde la altura hasta que lo vi desaparecer dos millar

^ Este cadete, William H. Boardman, falleció a bordo del Amphiiriie el día 10 de agosto; fué entenacU €11 la costa, cerca del faro, y su tumba rodeada de rosales; más tarde sus restos fueron trasladados a lo Estados Unidos. - N. del A.