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CRÓNICAS
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había 28. Durante el día 7, los señores Henkins y Foley volvieron al buque, y al si- guiente día retornaron. Los días 7 y 8 algunos campesinos a caballo me dieron noticias de que habían visto 500 soldados españoles, número que otros hacían ascender a 800; la mejor información que pude obtener me aseguró que 200 ó 350 era un número bastante razonable, y que estaban divididos en partidas de 100 ó 120 cada una. Yo procuré hacer uso del grupo de 200 hombres armados con machetes, que estaban escondi- dos hacia el Oeste de la montaña, con objeto de formar una línea que nos pusiese a cubierto de un ataque del enemigo durante la noche desde aquella parte; todos pro- metieron hacerlo así, pero cuando vino el ataque dependimos únicamente de nuestra propia vigilancia. A las once de la noche, y aunque estaba muy obscuro, me pareció ver hombres vestidos de blanco al pie de las malezas, 250 yardas al Sudoeste; pero, como mi gente estaba muy cansada, resolví no despertarlos sin urgente necesidad; también me avi- saron de que se veían señales de luces, aunque yo no pude verlas. A eso de las once y tres cuartos la luna, saliendo de detrás de unas nubes, dió alguna claridad, y con mis gemelos de noche vi algo que me pareció ser un oficial en un ángulo de los montes ya referidos; estaba en un espacio descubierto, y poco después vi el bulto de otros hom. bres vestidos de blanco a un lado, y tres o cuatro más al otro. Sin producir alarma, avisé a los centinelas que vigilasen cuidadosamente, y llamando a Mr. Hansard, salía con él por la puerta principal, cuando llegaron a la carrera un cabo y un centinela avi- sando que habían visto gente en el camino; y cuando me decían esto, sonó una des- carga de fusilería. Inmediatamente nos retiramos al faro, cerrando las puertas, y subí a la azotea, donde encontré a mi gente en sus posiciones de combate y a cubierto. Dí orden de hacer fuego disparando 10 tiros, con cada rifle de seis milímetros, y poco después otros 10 con los Lee, calibre 45. Dos fusiles de cada clase fallaron, aunque en la inspección que había pasado por la tarde parecieron estar en buen estado; entonces dí un revólver a cada hombre y provisión bastante de cartuchos, de los cuales llenaron sus sombreros; todos estaban tranquilos, a pesar de que las balas zumbaban sobre nuestras cabezas. Como yo había ordenado apagar la luz, señal convenida con los buques, avisán- doles de que el enemigo me atacaba, empezaron a funcionar sus baterías a una dis- tancia de 1.800 yardas. Yo pensaba que como dichos buques estaban usando sus proyectores, con los cuales iluminaban el campo, no había peligro alguno; sin em- bargo, muchos proyectiles pasaron cerca de nosotros, y uno cayó sobre una loma en nuestra misma dirección, una milla más allá, y, por último, un shrapnell explotó sobre nosotros. A las doce y media un nuevo proyectil chocó contra el parapeto, entre dos hombres, destruyendo parte del muro en una extensión de dos pies y abriendo un agu- jero no hizo explosión; al recogerlo vi que no se había deformado, pero la base de la espoleta se había desenroscado, y por eso no funcionó. Gran cantidad de ladrillos volaron en todas direcciones, y, como había una fuerte brisa, el polvo nos cegó; aunque el proyectil atravesó por entre seis hombres, ninguno fué herido. En el acto ordené que se encendiese la luz. A las doce y media el silbido de las ba- las cesó, aunque algunos disparos más se nos hicieron y a los cuales contesté. Poco