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Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/43

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CRÓNICAS
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para firmar proclamas y otros documentos. Solamente el general Stone, de Ingenieros, accedió en 25 de mayo a traer consigo un limitado número de portorriqueños, aunque más tarde, y sólo en parte, cumplió esa oferta.

Mattei Lluveras, Mateo Fajardo y el doctor Rafael del Valle hacían también tanteos de opinión en Washington. El 12 de julio se celebró en Nueva York una asamblea de portorriqueños en la que se tomó el acuerdo de ofrecerse al Gobierno americano en caso de invasión, y el mismo Henna redactó un manifiesto, bastante extenso, que fué entregado por Todd a Alger, Secretario de la Guerra, quien alabó el documento, afirmando: «Que estaba muy bien escrito y dentro del espíritu de la Constitución americana»; y añadió: «que él no podía firmar ese manifiesto, ni creía que el Presidente lo firmaría; pero que los portorriqueños podían circularlo por su cuenta, sin necesidad de otras autorizaciones.»

En estos días se agitaba en Washington un portorriqueño ilustre, un varón sabio y bueno, el famoso educador de pueblos Eugenio María de Hostos. Contrario a la anexión, pero separatista convencido, Hostos volcó todas las piedras para anular los trabajos de Henna y Todd, y quitar valor y eficacia al célebre manifiesto. Hostos no tuvo éxito; habían triunfado Henna y Todd, quienes señalaron a los norteamericanos el rumbo de Puerto Rico; ellos, y sólo ellos, actuando sobre el impetuoso carácter de Roosevelt, iniciaron una sucesión de eventos históricos que culminaron el 18 de octubre de 1898 al izarse la bandera americana en los castillos de San Juan.

Por este tiempo el doctor Betances, separatista ferviente, escribía desde París al doctor Julio J. Henna:

«¿Qué hacen los portorriqueños? ¿Cómo no aprovechan la oportunidad del bloqueo para levantarse en masa? Urge que al llegar a tierra las vanguardias del Ejército americano sean recibidas por fuerzas portorriqueñas, enarbolando la bandera de la independencia, y que sean éstas quienes les den la bienvenida. Cooperen los norteamericanos, en buena hora, a nuestra libertad; pero no ayude el país a la anexión. Si Puerto Rico no actúa rápidamente, será para toda la vida una colonia americana.»

Esta famosa carta del famoso galeno, fallecido en París, y cuyas cenizas reposan en Cabo Rojo, me permitió copiarla Eduardo Lugo Viña.