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A. RIVERO
 
18 de octubre de 1898. El momento de izar la bandera americana en el palacio de Santa Catalina.


rogó no faltase a la ceremonia ninguno de los miembros del Gobierno autonómico. Cerca ya de la hora prefijada, el salón del trono del palacio apareció ocupado, totalmente, por elevadas personalidades. Allí estaban, rodeando al mayor general Brooke, y todos en full dress, los de igual categoría Grant, Sheridan, Gordon y el comodoro Scheley; los coroneles Hunter y De Russy, y todos los ayudantes de aquellas autoridades militares. A la derecha del lugar que ocupara tantos años el re- trato de los reyes de España, se situaron los cónsules extranjeros, algunos ministros protestantes y hasta una veintena de corresponsales de periódicos americanos. Al otro lado, atentos y graves, representando al Gobierno autonómico del país, estaban Luis Muñoz Rivera, Juan Hernández López, Salvador Carbonell y Julián E. Blanco y Sosa; el primero, presidente del Consejo y secretario del despacho de Go- bernación, y los restantes, de Gracia y Justicia, Fomento y Hacienda; Fermín Mar- tínez Villamil, alcalde de la ciudad, por substitución, también concurrió, por los re- querimientos que le hiciera el general Brooke, quien le rogó no abandonara su puesto hasta que se eligiese un sucesor. Asistieron como intérpretes Maximino Luzunaris y Juan R. Báez. Han de agradecerme mis lectores, que al llegar a este punto de la narración la continúe y complete con un documento, verdaderamente admirable (que debo a la buena amistad que me profesa y a la cortesía que le distingue), del último secretario