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CRÓNICAS
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zar una defensa que era imposible, dado el número 3; calidad de los atacantes, sino para retirarnos en el mejor orden posible; esto no pudo llevarse a cabo, p aquello fué un sálvese el que pueda' en que cada cual buscó su salvación en la velocidad de sus caballos o en la agili- dad de sus propias piernas. Los pocos que se retiraron en orden, camino de Sabana Grande, hicieron alto sobre la carretera ^ como a dos kilómetros de esta ciudad, j; allí, locamente, intentaron hacer frente a los jinetes españoles que los perseguían; pero después de un corto tiroteo, se dispersaron, ha- biendo caído prisioneros dos de la partida: Aurelio Córdoba j; Luz Mangual, i; no recuerdo si alguno más, a quienes se condujo a Ma- y^agüez 1? más tarde a Arecibo, donde después del armisticio fueron libertados. i Fué tan inopinada la entrada de los españoles, aquella mañana, en San Germán, ^ tan rápido el despliegue de sus guerrillas que ro- deaban la población, que muchos no tuvimos tiempo para huir. Yo estaba a caballo, llamando a la puerta de mi casa para despertar a mis familiares, y como viera casi encima a los enemigos, eché pie a tierra y entrando di llave a la puerta, permaneciendo en silencio en tanto un pelotón de caballería cruzaba mi calle (la de la Esperanza) ; y como vieran mi caballo se lo llevaron, quedando yo a pie y prisio- nero, en mi propia casa, y sin probabilidades de evasión, pues, como una cuadra cercana, la de don Pepe A costa, había sido ocupada por la caballería española, sus centinelas estaban apostados al lado de mi morada. Durante dos días con sus noches siguió la ocupación de las fuerzas españolas, que se limitaron a recorrer las calles ? cercanías con pa- trullas montadas y Guardias civiles, y la última de dichas noches sen- timos un tiroteo y galope de caballos, y todo quedó en silencio. Como presumimos que Espiñeira p su gente habían evacuado la población, todos los que forzosamente permanecíamos en ella y aga- chados, nos echamos a las calles, p sin averiguar más, nos embrisca- mos ^ camino de Guánica, ante el temor de nuevas invasiones de las fuerzas de Mayagüez. Debo advertirle que en la mañana del tiro- teo Lugo Viña estaba enfermo con fiebre en casa de Gregorio Porra-- ta, en el campo, y que en el momento de la retirada fué llevado en una hamaca y conducido a la casa de don Joaquín Servera Silva, donde fué atendido y cuidado. En Guánica nos agrupamos muchos sangermeños y sabaneños y allí pasamos, como se pudo, cinco o seis días; algunos por las noches, ^ Embriscar fué verbo que se conjugó mucho durante la guerra; era corruprión de emboscar, y tam- bién se llamó embriscados a los que abandonaron sus puestos y residencias, buscando refugios en las monta- ñas. — JV, del A.