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A. RIVERO
 

Declarado el estado de guerra, cada batallón organizó una sección montada de 25 a 40 hombres, con sus correspondientes oficiales. Esta fuerza montada tenía ex- celente aspecto y usaba caballos verdaderamente de lujo.

En San Juan se formó, además, en los primeros días del conflicto, el batallón «Ti. radores de Puerto Rico», con un teniente coronel, tres comandantes, ocho capitanes,, 13 primeros tenientes, 12 segundos, un capellán, un músico mayor, 24 sargentos,. 48 cabos y 488 soldados.

En números redondos, la fuerza reunida de todo el Instituto alcanzó, por esta fecha, a 7.930 jefes, oficiales, soldados y músicos, desempeñando estos últimos Ios- servicios de sanitarios y camilleros.

El parque de San Juan proveíales de fusiles sistema Remington, reformado, cons- truidos en Oviedo (España), y de un regular número de cartuchos con bala de en- vuelta niquelada; equipo y vestuario eran de cuenta de los voluntarios. Como único- auxilio a la institución de voluntarios, cada año se consignaba en los presupuestos- insulares la suma de 4.565 pesos y "J^ centavos para gratificación a los furrieles y bandas de cornetas.

El porte militar de estos batallones era bueno; su disciplina estricta, igual, cuan- do menos, a la de las tropas de línea; pero su instrucción nunca fué completa, sobre todo en ejercicios de orden abierto y de fuego. El batallón número I de San Juan,. 6.^, 9.^ y Tiradores de la Altura, y las secciones de Guayama, eran los mejores.

El ingreso en filas fué siempre voluntario; pero, una vez juradas las banderas,, quedaban sujetos al mismo régimen y Código militar del Ejército, legislación muy rígida y tan pródiga en artículos en que se fijaba la pena de muerte que, al ser pre- guntado cierto soldado, recién llegado a filas, sobre la penalidad que correspondía a. determinado delito, contestó al oficial que le interrogaba:

— Pena de muerte y... otras mayores.

Los mozos españoles que eran llamados a filas como soldados activos, tenían eli privilegio de obtener sus licencias absolutas después de servir cuatro años en las de voluntarios.

Era el Instituto, además de un Cuerpo militar, un partido político en armas; hasta mediados de mayo de 1 898, sólo nutrieron sus filas hombres pertenecientes al lla- mado partido Incondicionalmente Español de Puerto Rico. Los jefes eran siempre hombres prominentes en sus pueblos y gozaban de muchas preeminencias, siendo para ellos fácil tarea obtener favores del Gobierno; una credencial de voluntario era en aquellos tiempos excelente recomendación para alcanzar destinos públicos.

Durante la preparación de la guerra y cediendo a las repetidas exhortaciones de Luis Muñoz Rivera, jefe del Gobierno Insular y del partido liberal de la Isla, muchos portorriqueños de ideas avanzadas y también no pocos peninsulares que hasta en- tonces habían mirado con recelo a los voluntarios, ingresaron en sus filas.

La misión de esta fuerza, claramente definida en su reglamento, era mantener el