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A. RIVERO
 

comandante segundo jefe D. Ricardo Montes de Oca, persona asimismo poco apta físicamente para las fatigas de la guerra, y más de la mitad de la oficialidad y como una tercera parte de la tropa a su mando. Casi esta misma relación de oficiales y tropa, con el total del batallón, alcanzó la fuerza del ó."", que llegó a Arecibo con la columna procedente de Mayagüez, siguiendo a sus jefes el teniente coronel excelen- tísimo Sr. D. Salvador Suau y los comandantes Sres. Fernández y Salazar. Y en otros puntos también, aunque en número más escaso, hubo voluntarios e individuos que no lo eran, quienes demostraron ser hombres de honor y conocedores de los debe- res del patriotismo, mereciendo particular mención, en contraposición a aquel alcal- de español incondicional antes aludido ^, la conducta del de vSan Sebastián, don Manuel Rodríguez Cabrero, hijo de Puerto Rico y afiliado al partido liberal, quien además de dar constante ejemplo al vecindario en el cumplimiento de sus deberes, se apresuró a enviar recursos sanitarios al campo de la acción del río Guasio, e insta- do después por los americanos para que continuase al frente de la Alcaldía, contestó que sólo lo haría conservando enarbolada la bandera española.

Un joven español residente en Bolivia, o Colombia, donde ocupaba un buen puesto en el servicio telegráfico oficial de la República, se presentó espontánea- mente en Puerto Rico, donde ingresó en la compañía de Telégrafos como simple soldado por todo el tiempo de la guerra, sintiendo el autor muy de veras no haber podido averiguar su nombre para hacerlo aquí público.

Algunos soldados licenciados se presentaron también en sus antiguos cuerpos al estallar la guerra, o entraron a formar parte de las guerrillas de nueva creación; siendo de mencionar particularmente el sargento procedente de artillería, D. Arturo Fontbona, quien se distinguió en la defensa de la capital y resultó herido, por lo que fué ascendido a oficial. Y asimismo es digna de elogio la conducta de varios jefes y oficiales retirados, que voluntariamente volvieron al servicio activo durante la guerra.

El capitán del 7.° batallón de Voluntarios, D. Quintín Santana, hijo del país, fué el único individuo de su Cuerpo que se unió a las fuerzas del Ejército, ingresando como simple guerrillero, sin hacer valer siquiera su categoría en aquel Instituto hasta que ésta fué conocida. El segundo teniente, D. Carlos López de Tord, fué también el único individuo de los voluntarios montados de Ponce que se mantuvo fiel a su deber, y luego prestó buenos servicios en operaciones. Don Juan Bascarán, valiente portorriqueño y capitán del 6.° batallón, los prestó asimismo, organizando y man- dando una guerrilla a última hora. El primer teniente del 9."^ de Voluntarios, don Nicomedes Fernández, aunque enlazado a una familia norteamericana, se distinguió en el servicio de ingenieros, del que estuvo encargado en la columna de Aibonito en su calidad de ayudante de Obras Públicas, y a falta de oficiales del Ejército pertene- cientes a aquel Cuerpo. Y, por último, entre los casos honrosos de que tiene noticia quien esto escribe, es digno de nota el del sargento D. Enrique Grito, del mismo batallón acabado de citar, quien hallándose en las montañas del interior de la Isla, al saber la presencia de la escuadra americana en Ponce, corrió a ocupar su puesto; mas habiendo encontrado ya la población en poder del enemigo y en plena eferves- cencia antiespañola, no pudiendo sacar el armamento, penetró ocultamente en su

^ Florencio Santiago.