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CRÓNICAS
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¿Qué razones pudieron influír en el general Miles para no tomar en cuenta las su- gestiones del capitán Davis? Tal vez una sola, pero en extremo poderosa. El comandante general del Ejército americano proclamó y llevó a cabo una guerra culta, nada intensa, y durante la cual evitó, en lo posible, toda innecesaria efusión de sangre, obedeciendo a su criterio firme de que no hubo justa causa para que los Estados Unidos declarasen la guerra a España. Lo que sigue está copiado literalmente de la página 268 del libro Serving the Republic, escrito por dicho generalísimo Nelson A. Miles ¹: Respecto a la necesidad de la guerra con España hoy se cree que, por medio de un arbitraje, pudo haberse solucionado aquella controversia internacional. Sabemos por el testimonio de nuestro propio ministro en Madrid, general Steward L. Wood- ford, que el ministro de Estado y la Reina Regente de España procedieron con entera lealtad y de buena fe al prometer a Cuba tal clase de Autonomía que, seguramente, hubiese afirmado la paz y el orden en dicha Isla. Yo tuve una buena oportunidad para conocer las intenciones de muchos hombres prominentes de nuestro país, y, sobre todos, la del presidente Mac-Kinley y la de los secretarios de su Gabinete, y puedo afirmar que solamente uno de estos últimos estaba en favor de la guerra. Me consta que el secretario de Estado, John Sherman, uno de los pocos estadis- tas eminentes en nuestro país, era decididamente opuesto al conflicto, y lo conside- raba en absoluto innecesario; además, oí cierta conversación entre un miembro del Gabinete y un subsecretario, conversación que fué como sigue: El subsecretario: ¿Qué está haciendo usted para llevarnos a una guerra con Es- paña? El miembro del Gabinete replicó: --Estoy, prácticamente, solo en la administración; pero haré cuanto pueda para que esto se realice. -¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios!—fué la respuesta. Tal era el sentir de muchas otras personas que estaban bien enteradas de los sucesos; pero la campaña de algunos periódicos, y también el clamor de una parte de nuestro pueblo crecieron tanto, que su criterio prevaleció. El envío del acorazado Maine a un puerto español fué entonces una resolución muy desgraciada. Su destrucción en el puerto de la Habana precipitó la guerra. Nunca he creído que aquel desastre fuese obra del Gobierno español, ni tampoco de sus oficiales ni agentes. Ciertamente ellos no tenían motivo para realizar tal crimen, y sí sobradas razones para evitarlo. Terribles explosiones han ocurrido desde aquella fecha en The Naval Proving Grounds, Indian Head, Maryland; en The Dupont Power Works, y en Mare Island Power Arsenal, California, y también en otros sitios. Yo creo que el desastre provino de causa interna, más bien que de una externa. ¹ De esta obra conserva el autor un ejemplar que, con cariñosa dedicatoria, le entregó el anciano gene- ralísimo.-N. del A.