Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/510

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
462
A. RIVERO
 


Yo consideré siempre como el más alto honor, obtener el mando de un ejército- para llevar a cabo la invasión de un país extranjero, cuando existiese una causa justa; ahora, el sentimiento del deber, no sólo para mi país, sino también para los valien- tes soldados que formaban el ejército, me decidieron a sacrificar toda consideración personal.

  • * *

Plan de defensa. — A poco tiempo de proclamarse el estado de guerra, el servicio- secreto que el Gobierno español mantenía y pagaba en Washington, Montreal (Ca- nadá) y otros lugares, pudo, a través de ciertas indiscreciones, traslucir en su casi totalidad el plan de invasión a Puerto Rico, y así se lo comunicó al general Macías.

Se supo exactamente el total de las fuerzas invasoras, sus caudillos, los puertos de embarque y hasta el nombre de los transportes empleados. El Estado Mayor obtuvo la certeza de que Fajardo y las ensenadas inmediatas eran los puntos selec- cionados para tomar tierra los invasores, y de esa creencia se originó el grave error de reconcentrar cerca de San Juan la mayor parte de las fuerzas veteranas, inclusa la artillería de campaña, dejando todo el litoral desguarnecido.

El teniente coronel Francisco Larrea, segundo jefe del Estado Mayor del genera. Macías, en su libro ya citado, dice lo siguiente:

Si como generalmente se creía, y como parece pensaba el Gobierno de Washing- ton, era atacada desde luego la capital por mar y tierra, desembarcando en sus cer- canías el grueso de la expedición, resultaba obligado el concentrar en aquélla la re- sistencia; mientras que si el desembarco se hacía en puntos lejanos, no cabía duda de la conveniencia de defender el terreno intermedio con el grueso de las fuerzas; esto último correspondía al proyecto de ataque del general en jefe americano Miles, proyecto que, al fin, prevaleció, y permitía al enemigo realizar aquella operación en las aguas más tranquilas del litoral del Sur, donde se le ofrecieron buenos puertos, desguarnecidos, en los que su escuadra pudiera mantenerse como base de las ope- raciones terrestres, sin temor al núcleo de nuestras fuerzas.

Indudablemente el ataque por Guánica trastornó, totalmente, el único plan de defensa que habían adoptado el general Macías y su jefe de Estado Mayor, coronel Camó. Durante muchos días se siguió en espera del anunciado desembarco por Fa- jardo, creyendo que la operación realizada por el general Miles era una simple diver- sión para llevar hacia la costa Sur las fuerzas defensoras de la Isla, evitando un serio- combate cuando efectuase su verdadero ataque por Oriente. De estas vacilaciones se originó el desconcierto que, desde aquí en adelante, imperó en las disposiciones del Alto Mando. Las compañías iban y venían sin plan ni concierto; y a veces, fuerzas que guarnecían las posiciones de Guamani, fueron enviadas al Asomante en jornadas y por caminos que agotaban al soldado, y al mismo tiempo, otras de igual calidad y número, recibieron órdenes de abandonar las últimas posiciones con destino a las