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CRÓNICAS
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primeras. Más tarde renació la calma, hubo mejor sentido de la realidad y todo es- taba preparado para librar reñidos combates, cuando los rumores y seguridades de que estaba a punto de firmarse el Armisticio puso fin a las actividades del ejército defensor. En cuanto a San Juan, puedo y deseo hacer afirmaciones concretas, absolutas. La plaza jamás se hubiese rendido mientras quedase en ella un solo cañón em- plazado y un último artillero para dispararlo. Tal era la firme y única resolución de su gobernador, general Ricardo Ortega, resolución de que me hizo partícipe en di- versas ocasiones. Juntos vivimos durante cuatro meses y medio en el castillo de San Cristóbal, y estoy en condiciones de llevar a esta Crónica los pensamientos de aquel valeroso soldado, quien se manifestó dispuesto y resuelto a no aceptar, en ningún tiempo y de ninguna autoridad, otra orden que no fuese encaminada a sostener y proseguir una lucha sin cuartel. Las piezas modernas y la gran cantidad de municio- nes que la imprevisión del crucero auxiliar Yosemite permitió desembarcar del An- tonio López, reforzaron de un modo extraordinario las defensas por el frente de tierra de la plaza de San Juan. El capitán Davis afirmaba en su plan que para tomarla bastaban las fuerzas de Marina y los buques de guerra, y yo me permito escribir en estas páginas que, para defender la plaza de San Juan de Puerto Rico, durante aquellos días de la guerra, siempre nos creímos suficientes los artilleros del 12.° batallón de artillería; nunca se nos ocurrió contar los acorazados y cruceros de Sampson ni medir el alcance y calibre de sus cañones. No digo, porque no es posible decirlo, que San Juan no se hubiese rendido; seguramente, sí. Pero al entrar en su recinto, Davis y sus compa. ñeros, sólo hubiesen pisado cadáveres y ruinas. Porque, como decía el general Ortega a cada momento, recordando cierto ar- tículo de las Ordenes Generales para oficiales del ejército español..... «El oficial que tuviere orden absoluta de defender su puesto a toda costa, lo hará.>> Y al parecer, tal orden se la había comunicado a sí propio el gobernador de San Juan, general Ricardo Ortega. Obús de bronce, calibre 16,8 centímetros. En la faja alta, que separa el segundo y tercer cuerpo, lleva este nombre: EL ESPARCIDOR. Esta pieza pertenece a los principios del siglo XVIII. Estuvo emplazada en Puerto Rico. Número 2.948 del Catálogo, Museo de Artillería.