llamada Loma del Viento, desde la cual una pareja de guerrilleros montados había disparado sus tercerolas antes de escapar loma abajo. No era posible, ni aun care- ciendo de gemelos de campaña, confundir aquella construcción campesina con un block-house, como la llamó el citado artillero; 38 granadas ordinarias necesitó para formar la horquilla, disparando después 28 shrapnels; 66 disparos en total que le fueron necesarios al capitán Anderson para destruír, incendiándola, la citada casa. La única utilidad de su cañoneo fué llevar la alarma hasta Coamo, dando lugar a que todo el convoy y la impedimenta se escapasen camino de Aibonito. Si la batería Anderson, que perdió una hora tirando al blanco, hubiese desen- ganchado sus cañones en la citada Loma del Viento, mal lo hubieran pasado las tropas españolas que, por las colinas del frente, a medio tiro, seguían el camino de Palmarejo. Es preciso convenir que todo el buen éxito de la jornada, que costó la vida a dos valientes oficiales del ejército español, pertencce por completo a los soldados del 16.⁰ regimiento de Pennsylvania, mandado por el coronel Hulings. Ellos y sólo ellos reali- zaron todo el trabajo del día y fueron los únicos que pagaron con su sangre los laure- les de la victoria, mientras el resto de la columna asistía, de lejos, al espectáculo. Los campamentos establecidos por el general Wilson a la salida de Ponce, cami- no de Juana Díaz y los dos que levantara en Coamo el general Ernst, pueden servir de modelo en todo tiempo. Su flanqueo del Asomante fué bueno en cuanto a la pre- paración y ruta escogida; pero el cañoneo del día 12, a cuerpo gentil, fué una inexpe- riencia o una temeridad o ambas cosas a la vez. Frente a la casilla número 10 del peón caminero, existía, y aun existe, una planicie, resguardada por arbolado, desde donde se podía cañonear, sin grave riesgo, las alturas del Asomante; a retaguardia y sobre la senda que conduce a esta posición, un repliegue del terreno era excelente abrigo para el ganado de tiro y conductores. Reconozco, como antiguo oficial de artillería, la dificultad de hacer un buen tiro contra Asomante desde la carretera, toda vez que dicha altura estaba cubierta de ma- lezas y chaparrales, y por campos de plátano en sus vertientes, que impedían la ob- servación de los disparos; así no debe extrañarse que, a pesar de haber vaciado sus ar- mones y carros de municiones, sólo una granada del capitán Potts cayó dentro de las posiciones españolas, granada que no estalló por faltarle el percutor a su espoleta. No es preciso puntualizar la bizarría con que los artilleros americanos emplaza- ron sus cañones bajo una lluvia de balas Máuser, perfectamente dirigida, porque de arriba sabían muy bien cuántos metros había desde Asomante a la casilla núm. 10. Aquí terminaron los generales Wilson y Ernst su misión de guerra, y es justo consignar que sus actos, tanto en los combates como en los campamentos, fueron propios de buenos comandantes. El comando Brooke operó con inteligencia y acierto hasta la toma de Guayama, en la mañana del día 5 de agosto; pero es inexplicable su pasividad desde ese día