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CRÓNICAS
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primero, delegando todas las funciones militares en su jefe de Estado Mayor, coro- nel Juan Camó, quien desde entonces fué el verdadero capitán general.

Además del general Macías, otras dos autoridades compartían con él las respon- sabilidades del mando; eran éstos el general Vallarino, comandante principal de Ma- rina, y D. Ricardo Ortega, general de división y gobernador militar de la plaza de San Juan. Los tres vivieron en completo desacuerdo y en lucha constante, y contra los tres juntos operaba el coronel Camó desde su confortable despacho, anexo al Pa_ lacio del gobernador.

Tales delegaciones y tan lamentables desavenencias dieron fatales resultados en la preparación de la guerra y conducción de la misma. Nunca hubo previsión, pla- nes ni concierto alguno.

En los primeros días del conflicto, el general Macías, militar de valor probado en los campos de batalla, demostró resolución y coraje, recorriendo a diario castillos, cuarteles y baterías, arengando a las tropas y publicando proclamas que levantaron al más alto grado el espíritu patriótico y belicoso del país. Tales arrestos y gallar- días fueron contenidos por los consejos y advertencias de su jefe de Estado Mayor, hombre viejo y que decía conocer al país, al que jamás quiso bien, no desperdi- ciando ocasión de tachar a los portorriqueños de traidores, desleales y pusilánimes. De aquí tomaron origen las desconfianzas y temores que hicieron rechazar numero- sas ofertas espontáneas de millares de hombres que pedían armas para defender la causa de la soberanía nacional.

Los mismos voluntarios, españoles peninsulares casi todos, merecieron la hosti- lidad del coronel Camó y de sus allegados, hasta el punto de que el segundo de este jefe, el teniente coronel Larrea, ha escrito lo siguiente en la página 72 de su libro líl Desastre Nacional.

«Pero la mayoría (los Cuerpos de Voluntarios) se hallaban en estado tal que no se podía contar con ellos sino para inspirar algún respeto a los enemigos del orden público dentro de sus propias localidades y aun no era seguro que todos sus indivi- duos respondieran en el momento preciso al llamamiento para tal fin. »

Los desaciertos y falta de resolución del Estado Mayor fueron tan evidentes, que un gran descontento surgió y tomó cuerpo entre todos los jefes y oficiales del Ejér- cito y Voluntarios, llegando hasta los soldados; hubo principios de conspiración; se habló de «embarcar a la fuerza al coronel Camó y hasta alguno más a bordo del vapor auxiliar Alfonso XIII, obligándole a salir Morro afuera, con rumbo a España.» vSi tal rebeldía, en extremo censurable, aunque la impulsaron móviles de patriotismo, no cristalizó, debióse, únicamente, al general Ortega, quien una noche en San Cris- tóbal y en presencia mía dijo a cierto jefe estas palabras:

— Yo no sé nada, ni deseo saber nada, porque si llego a enterarme de tales pro- pósitos, trataré a sus autores como desleales y haré que sean fusilados en los fosos