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A. RIVERO
 

Cada madrugada, al toque de diana^ el sereno del Comercio golpeaba las puertas de la casa en que habitaban los dueños de Rival^ casa que fué derribada más tarde, para construir el edificio que hoy ocupa el American Colonial Bank. — ¡Arriba los de servicio! — voceaba el vigilante, y los muchachos, abandonando sus camas, requerían el Remington, marchando todos hacia la plaza de Alfonso XII, donde eran revista- das todas las guardias de la plaza.

Rival^ siempre en cabeza, acompañaba a sus amos hasta el Cuerpo de guardia,, donde permanecía como uno de tantos soldados, hasta el día siguiente; si por la no- che salían patrullas, él las precedía, siendo un verdadero escucha, que al divisar un bulto sospechoso se paraba en firme, gruñendo fieramente, como si pidiera al intruso el santo y seña del día. Este noble can era tan popular como querido entre todos los oficiales y Voluntarios del primer batallón. Muchas noches el general Ortega, go- bernador militar de la Plaza, al ser recibido por las guardias del recinto con las for- malidades de Ronda Mayor ^ tuvo que ponerse a distancia para rehuir los colmillos de RivaU que no admitía otros amigos que los Voluntarios de su batallón.

Vino la paz; cesaron las faenas militares, y el perro no salió, en adelante, de guar- dia, de ronda ni de avanzada; permanecía a diario en el almacén, dormitando por los rincones, y nunca muy lejos del armero^ donde ya aparecían oxidados los fusiles Re- mington.

El 1 8 de octubre de 1 898, y muy de mañana, se echó a la calle, recorriendo uno por uno todos los Cuerpos de guardia, todas las baterías y caminos de ronda; ya can- sado, y a su regreso, se detuvo en la plaza principal, en los precisos momentos en que tenía lugar la ceremonia de izar la bandera de los Estados Unidos en el edificio de la Intendencia, en señal de haber tomado posesión del último baluarte de la Isla el Ejército americano. Cuando las bandas militares rompieron con el Himno de Was- hington^ Rival lo coreó con sus mejores ladridos; siguió después hacia su casa, tris- tón y con el rabo entre las piernas; subió los primeros escalones... y en la misma puerta de entrada quedó muerto.

^•Fué esto simple casualidad?

^Murió aquel buen perro de dolor al ver que otra bandera, para él desconocida, flotaba en las baterías y Cuerpos de Guardia, donde él prestara excelentes servicios durante la guerra?

Misterio es este de imposible solución. Lo anterior no es una ficción; es un episo- dio de la guerra, y aun existe Mariano de Mier y otros que, por aquellos días, formaban parte de la casa donde vivió y murió el perro Rival^ y que aun recuerdan su vida de ejemplar fidelidad y de patriotismo y su trágico fin.

La muerte de este mastín de guerra debió servir de ejemplo aquella mañana a muchos hombres que