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CRÓNICAS
519
 
VII
EL HELIÓGRAFO


UÉ el 12 de julio, y muy cerca de media noche, cuando el sargento de la sección de ingenieros telegrafistas bajó, casi rodando, la rampa que conducía al Macho de San Cristóbal, y cuadrándose militarmente me dijo:

—Mi capitán, ocurre algo grave.

—¿Qué es ello?

—Tenemos un espía dentro de la plaza, en la Marina, y en estos momentos se comunica, por heliógrafo, con un buque que debe estar mar afuera.

El caso era serio y rápidamente subí al Macho, donde estaba la estación heliográfica.

—Mire eso mi capitán—dijo el sargento señalando una luz que a intervalos aparecía y se ocultaba sobre el caserío de la Marina—. ¡Oiga, oiga!—continuaba, traduciendo los destellos—: raya, punto, raya, raya...; ¡no puedo entender! Esa gente debe hablar en inglés.

Trasladé el parte al teniente coronel Aznar, quien, abandonando su poltrona, avisó al coronel Sánchez de Castilla, y ambos, murmurando como siempre que se turbaba su tranquilidad, subieron al Macho, miraron por el anteojo y dispusieron se avisara de la ocurrencia al general Ortega.

Sobrevino el bravo gobernador de la plaza, fiero el entrecejo y con la mano derecha en el puño de su sable prusiano; cada cual daba su opinión sin llegar a un acuerdo, cuando acertó a subir el capitán encargado de la sección, quien después de oír el relato y observar por el anteojo, falló de plano:

¡Estábamos sobre un volcán! Aquello era un heliógrafo manejado por persona experta y comunicándose con alguien.

—¡Lo fusilo!—dijo Ortega; y vuelto hacia el sargento le ordenó:

—Vea si puede pescar algo.

Éste, cosido al anteojo, deletreaba: A B—H—Z.......

«¡Hablan en clave!»—pensamos todos.

—¡Ya!—gritó el sargento, y añadió como si descifrase un jeroglífico: Listos para.....

—Listos para ser fusilados—concluyó el general; y fijando sus ojos en un joven ciclista que allí estaba, de nombre Rafael Balmes, le ordenó:

—Monte en su bicicleta, corra allá—señalando la luz, la cual seguía puntuando y rayando todo el alfabeto—, busque la casa y tráigame muerto o vivo a ese traidor.

—Lo traeré—contestó el chiquillo, y se perdió por la rampa.