Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/628

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APENDICE NUMERO 3

Memorándum del Doctor Julio J. Henna.

Sr. D. Angel Rivero.

Madrid.

Mi estimado amigo y compatriota: Con sumo placer paso a contestar la siguiente pregunta que me dirige usted por conducto de mi antiguo secretario D. Roberto H. Todd:

«Doctor, ¿tiene usted la bondad de aclararme la dualidad que resulta entre sus actuaciones en Washington, en 1898, en unión de Roberto H. Todd, claramente de finalidades anexionistas, y su vida anterior, francamente separatista?>

Cuando una comisión de patriotas, por indicación del presidente del Partido Repu- blicano Cubano, D. Tomás Estrada Palma, se presentó en mi casa a ofrecerme la Presidencia del Directorio Revolucionario de Puerto Rico, creí un deber informarles «que yo era anexionista por convicción, pero que para realizar ese ideal sería indis- pensable obtener antes la independencia de Puerto Rico de España»>. Prometí abste- nerme de propaganda anexionista durante el término de mi Presidencia y dejar a la voluntad de los portorriqueños la decisión final sobre la forma de Gobierno que ellos escogieran una vez la Isla libre del Gobierno de España.

La voladura del Maine en el puerto de la Habana presagiaba una guerra entre España y los Estados Unidos, y motivó un viaje que hice a Washington con el objeto de investigar y averiguar los proyectos de esta nación. En mi primera entrevista con el presidente Mac-Kinley, después de explicarle mi posición de presidente del partido revolucionario de Puerto Rico, y de estar seguro que la guerra se efectuaría, indiquéle que el Directorio me había autorizado para ofrecerle al departamento de la Guerra todos sus planes de invasión, siempre y cuando se nos prometiera que, una vez la Isla en posesión de las tropas americanas, los portorriqueños, por medio de un ple- biscito, determinarían su estado político. «No habrá el menor inconveniente en que esto se lleve a cabo tal como usted lo ha explicado», me contestó Mac-Kinley. Me suplicó también pasase a entrevistarme con Roosevelt, entonces subsecretario de Marina, a quien en presencia de los jefes del Ejército y de la Marina entregué y expliqué detalladamente nuestros planes; ofrecí mis servicios y los de los miembros del Directorio, hombres, guías, etc., etc., y pedí me nombraran comisionado civil-sin sueldo-y acompañar las tropas de desembarque. Esto lo hice con el objeto de asegurar a mis paisanos, por proclama y de viva voz, que no era la intención del Gobierno americano conquistar el país, sino libertarlo, y que ellos decidirían luego, en un plebiscito, la forma de Gobierno que debería regirlos en lo futuro.

Mis repetidos viajes a Wáshington, en una primavera fría, me causaron una seve- ra pulmonía, de la que escapé milagrosamente. Cuando en julio regresé a Wáshing-