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Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/63

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CRÓNICAS
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Los hombres que componían el Consejo de Secretarios del Gobierno Autonómico de Puerto Rico, respondiendo al juramento prestado y a los altísimos deberes que, voluntariamente, habían contraído, hicieron oír su voz en la proclama que sigue:

EL CONSEJO DE SECRETARIOS DEL GOBIERNO INSULAR DE PUERTO RICO


Miembros del Gobierno Insular de Puerto Rico al estallar el conflicto: Juan Hernández López, José Severo Quiñones, Manuel F. Rossy, Luis
Muñoz Rivera, Francisco Marian Quiñones y Manuel Fernández Juncos.
Al pueblo de la colonia:

Por un triste decreto del destino, la implantación del régimen autonómico viene a coincidir con la proximidad, ya visible, de una guerra en que España, en sus territorios de América, luchará, no sólo por sus intereses, que son grandes, sino por su honra y su derecho, que es preciso salvar a toda costa. La amenaza extranjera, la imposición insensata, el alarde de poder, sublevan el espíritu nacional y hacen de cada español un héroe dispuesto a dar la vida por el honor y por la patria.

El pueblo de Puerto Rico demostró siempre que ama la paz; pero demostró también que sabe mantenerse en la guerra digno de su raza y de su historia. Jamás holló nuestros hogares la planta vencedora de un extraño. En nuestros castillos no flameó nunca otra bandera que la bandera bicolor de nuestros padres. Cuando las escuadras enemigas arrojaban a estas costas legiones de combatientes, las matronas portorriqueñas enviaban a sus hijos a pelear y a morir antes que someterse a la infamia de un ultraje o a la verguenza de una conquista.

El Consejo Insular, esperando que no será preciso renovar antiguas proezas ni reverdecer laureles añejos confía en que, llegada la hora de los sacrificios necesarios, ningún patriota olvidará sus debere. No somos culpables de la lucha, ni la provocó nuestra tierra, ni le dieron origen nuestros actos. Pero ni la rehuímos ni la tememos, porque sabríamos responder a la fuerza con la fuerza y probar al mundo que en este archipiélago no degenera la sangre que fecundó las campiñas de ambos hemisferios americanos en los gloriosos días de Pizarro y de Cortés.

Si defendimos altivamente a la metrópoli en los tiempos obcuros del sistema colonial, la defenderemos bravamente en los tiempos felices del sistema autonómico. Entonces nos impulsó el afecto; ahora nos impulsan el afecto y la gratitud. Abiertos a la esperanza todos los horizontes, cumplidos en la ley todos los ideales, la generosidad castellana aquilata la lealtad portorriqueña. Y si antes nos pareció un oprobio la tacha de traidores, hoy nos parece un oprobio y una mengua la tacha de traidores y de ingratos.

Al empeñarse la contienda, el Consejo Insular no duda de la victoria. La Armada y el Ejército, fieles a sus tradiciones militares, ocuparán la vanguardia. Y el pueblo, que juega su porvenir en los combates a que se nos provoca, dará sus recursos y sus