Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/644

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APÉNDICE NUMERO 8

El Almirante D. Pascual Cervera.

Don Ángel, hijo y ayudante del heroico general Cervera, en nuestra larga entre- vista celebrada el día 4 de septiembre de 1922, en Madrid, tuvo la bondad de darme detalles preciosos sobre la preparación, salida y destrucción de la escuadra española, así como del cautiverio de los supervivientes. He creído oportuno enriquecer esta crónica con dicho relato, uno de los más emocionantes de todo el libro:

— «El día 2 de julio de 1898 el general Blanco, capitán general de la isla de Cuba, envió un cablegrama al ministro de Marina, Sr. Auñón, en el cual decía: He ordena- do que salga escuadra inmediatamente ^ pues si se apodera enemigo boca puerto está perdida.

La misma autoridad, con fecha l.^, había dirigido (a mi padre) tres telegramas urgentísimos^ y con intervalo sólo de media hora, ordenando que la escuadra saliese cuanto antes. Disponíase el almirante a prestar ciega obediencia a orden tan desca- bellada, cuando el día 2, y apenas amanecido, Blanco vuelve a urgir, dando orden definitiva para la salida, que fué sentencia de muerte para más de 300 hombres. El parte está fechado en 2 de julio a las cinco y diez minutos de la mañana, y se lee: « Urgentisimo. En vista estado apurado y grave de esa plaza, que me participa general Toral, embarque V. E., con la mayor premura, tropas desembarcadas de la escua- dra, y salga con ésta inmediatamente.»

La Junta fué citada, pues, ante aquella orden, holgaba toda discusión. Mi padre dio instrucciones para el combate, y señaló las cuatro del mismo día para hacerse a la mar; abrazó, conmovido, a cada uno de los comandantes, y ordenó a D. Víctor Concas, jefe de Estado Mayor accidental, por enfermedad de Bustamante, que pu- siese tal resolución en conocimiento del general Toral, quien había substituido a Li- nares en el mando de la plaza. Después me llamó, y ambos formamos un abultado legajo con todos los documentos oficiales, cartas y telegramas cruzados con el Go- bierno de España; el legajo fué cerrado y lacrado, y seguidamente lo deposité en po- der del arzobispo de Santiago, quien, requerido, dio palabra de honor de no entre- gar tal depósito sino a mi padre, o a sus deudos, si aquél perecía en el combate. Después el almirante confesó y comulgó con fervor cristiano, siempre consciente del grave trance que iba a afrontar.

No fué posible salir aquel mismo día por haberse retrasado la fuerza de desem- barco, que estaba cooperando a la defensa de la plaza.

Por la noche regresó al Teresa^ su buque insignia; encerróse en la cámara, y pasó toda la noche en vela, entregado a sus pensamientos. Al clarear aquel día del cruento sacrificio, y al toque de diana^ salió al aire libre, y le oí decir con voz tenue:

«¡Vamos allál; al sacrificio, al desastre; ó mejor dicho, vamos 2 cumplimiento del deber, »