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CRÓNICAS
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Rompió el día muy cerrado; los buques estaban a presión; los cañones cargados. El orden de salida fué como sigue: Infanta María Teresa^ buque insignia; Vizcaya, Colón, Oquendo, y detrás los dos destroyers.

Sus instrucciones ordenaban al comandante del Teresa entablar combate con el enemigo, tan pronto saliese del puerto, dando lugar a que el resto de la escuadra es- capase a toda marcha, y con rumbo al Oeste, tomando el Vizcaya la cabeza. Los des- troyers, al amparo de las grandes unidades, aprovecharían cualquier momento opor- tuno para lanzar sus torpedos.

Los buques enemigos aquella mañana eran: Indiana, New York, OregáUy lowa, TexaSj Brooklyn y Massachusets, y además los cruceros auxiliares, cañoneros, car- boneros, etc., etc.

A las nueve de la mañana de aquel día, 3 de julio de 1 898, se dio la orden de ¡avante!, y un grito inmenso de ¡viva España! fué lanzado por la marinería, viva que contestaron las tropas de tierra que coronaban todas las alturas del puerto.

La comparación de armamento entre ambas escuadras era desconsoladora: 27.840 toneladas españolas contra 73-555 americanas; 14 cañones de 30 centímetros, 38 de 20 y 191 de 15 centímetros, todos de tiro rápido, contra 1 14 en nuestros barcos, y ninguno superior al calibre de 28, de los cuales sólo teníamos 6.

Las dotaciones habían consumido, bien temprano, un rancho extraordinario.

Leváronse anclas, y el Teresa, con su gran bandera de combate azotada por la brisa, cruzó por delante de los demás buques que le rindieron, por vez postrera, los honores reglamentarios; y a las nueve y treinta minutos de la mañana, envuelto en el humo de sus chimeneas y levantando montañas de espuma, asomó la proa Morro afuera; el práctico de Santiago dijo después que «Cervera se mostraba tranquilo como si se hallase en su cámara y fondeado » .

Añado a lo anterior que rni padre aparecía risueño, y hablaba con los más cerca- nos en el puente, mientras comía lentamente una galleta.

La corneta de órdenes dio la señal de pelea, y sus agudos toques fueron repeti- dos de batería en batería; entonces el Teresa, a todo su andar, se lanzó contra el bu- que enemigo más cercano y rompió fuego contra él, con todas las piezas de a bordo; este buque era el Brooklyn, insignia del comodoro Scheley, quien maniobró para enfi- lar al Teresa con sus gruesos cañones; pero esquivando la acometida, se refugió en- tre el lowa y el Texas; seguidamente estos tres buques nos tomaron por blanco, dis- parando, en salvas, toda su artillería, sin acercarse, y resguardados los sirvientes y ma- rinería tras sus potentes corazas, verdaderas murallas de la China, comparadas con las débiles protecciones de nuestros cruceros, a quienes para halagar el espíritu pú- blico se había designado con el pomposo nombre de acorazados.

Según un relato de Concas, él vio chocar hasta 7 proyectiles, de gran calibre, sobre su torre de mando; uno de ellos mató, convirtiéndolo en un montón de piltra- fas, a su ordenanza; y un casco de granada, rebotando, hirió al mismo Concas en un brazo y una pierna, dejándolo maltrecho.

Mi padre, entonces, en vez de llamar al segundo que estaba en una torre, tomó el mando del Teresa, a tiempo mismo que un proyectil de 30 centímetros reventaba sobre la popa, cortando en varios parajes la tubería y haciendo gran destrozo. El bu- que tomó fuego que fué aumentando a pesar de los heroicos esfuerzos realizados para extinguirlo; todo el maderamen ardía; el vapor se escapaba a chorros por los tubos rotos y ya las piezas de pequeño caHbre, huérfanas de sus sirvientes, muertos junto a ellas, comenzaban, al ser caldeadas por las llamas, a dispararse automática- mente.

Ordenó mi padre que fuesen inundados los pañoles, mas no fué posible cumpli- mentar esta orden porque las llamas lamían los corredores y el humo asfixiaba a la gente. En derredor de las baterías sólo había muertos y heridos; casi todos los caño-