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CRÓNICAS
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ma (tres millas distantes), mientras situé el centro en la advana como cuartel general. Di órdenes para que todas las personas pacíficas y sin armas pudieran transitar libremente dentro de la población, y que fuesen arrestados todos los que portasen armas o apareciesen sospechosos, impidiendo, además, que nadie saliese de los lími- tes del caserío. Algunas excepciones fueron hechas a esta última regularización, en el caso de ingleses y franceses, cuyas casas estaban más allá del pueblo, y tales per- sonas fueron provistas de pases. Nuestros hombres fueron instruídos para que respetasen estrictamente todos los ciudadanos y sus propiedades; y éstos recibieron aviso de que todo acto de traición o de oposición sería severamente castigado en el acto. El teniente Norman, proce- diendo con excelente discreción, se apoderó de la oficina telegráfica y de sus apara. tos, cortando las líneas para impedir que cualquier información llegase al enemigo. Por varios conductos se nos informó de que algunas guerrillas españolas y varios Guardias civiles operaban por los alrededores del pueblo y que una fuerza regular, estimada en 60 hombres, estaba acampada más allá del camino de Guayama, mien- tras que algunos centenares defendían la ciudad. Sin embargo, ningún ataque serio fué hecho sobre Arroyo durante nuestra ocupación. A la una y treinta minutos de la tarde el doctor Bransford volvió a tierra, tra- yendo al prisionero que yo había enviado a bordo, a causa de que dicho capitán de puerto se había decidido últimamente, y como caso de fuerza mayor, a dar su pala- bra de honor bajo amenazas; palabra que recibí dejándolo en libertad y con el privi- legio de retener su espada. Durante el día hice algunos arreglos con el alcalde para encender el faro de Punta Figueroa, y a la puesta del sol dicho faro estaba en operación, y desde entonces continúa prestando servicio. Respecto a las lanchas, había ocho o diez varadas en la playa; la mayor parte de ellas eran propiedad de Mr. Mac-Cormick, anterior cónsul de los Estados Unidos, quien en el acto ofreció dichas lanchas, ordenando fuesen puestas a flote y ancladas cerca del Gloucester. Durante la noche, desde a bordo, y por medio de señales, recibí órdenes de re- embarcar toda la fuerza al anochecer. A los residentes amigos, así como a Mr. Mac- Cormick, se les notificó que podían refugiarse a bordo del Gloucester, en caso de que las guerrillas atacasen sus casas; y ellos trajeron sus familias y la de sus hermanos dentro del pueblo y al amparo de los cañones de nuestro buque; tales precauciones fueron juiciosas, porque durante la noche una partida enemiga se introdujo en el pueblo, haciendo algunos disparos al buque y retirándose, a pesar de que el proyec- tor de a bordo iluminaba la costa ¹. Al amanecer del siguiente día (día 2) la misma fuerza, y al mando de los mismos oficiales, volvió al pueblo para recuperarlo, y el día pasó sin novedad. Noté, sin em- bargo, que la actitud del pueblo era más bien hostil, a causa de que ellos dudaban del poder de nuestra fuerza y de nuestras intenciones. El St. Louis había fondeado al amanecer, pero como la información acerca de nuestra debilidad había llegado al enemigo, gente del pueblo nos avisó que una fuerza montada de aquél venía en son de ataque. Fué entonces cuando yo pedí a usted que el Gloucester disparase algu- nos proyectiles y usted me preguntó, por señales, la dirección en que debían ser apuntados los cañones. El cañoneo que siguió y los proyectiles que usted arrojó so- bre nuestro flanco izquierdo impidieron el ataque anunciado. Por la tarde vimos, con gran alegría, que tropas del St. Louis venían a relevarnos, y a eso de las cinco de la tarde 200 ó 300 hombres habían desembarcado, y de acuerdo con sus instrucciones, entregué el mando al oficial de más graduación que vino a tierra, el coronel Bennett, del tercer Regimiento Voluntarios de Illinois, a 1 Eran el capitán Salvador Acha y sus guerrilleros.-N. del A.