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APÉNDICE NUMERO ¿9

Sobre el Tratado de París.

El Protocolo firmado en Washington el 12 de agosto de 1 898, y que puso fin a las hostilidades, disponía en su artículo S."" que España y los Estados Unidos debe- rían nombrar, cada nación, cinco comisionados, por lo menos, que reunidos en Pa- rís, no más tarde del primero de octubre, habían de proceder a las negociaciones y conclusiones del Tratado definitivo de Paz.

La Reina de España nombró a D. Eugenio Montero Ríos, duque de Almodóvar del Río y presidente del Senado; D. Buenaventura Abarzuza, ministro de la Corona; D. José Garnica y Díaz, magistrado del Tribunal Supremo; D. Wenceslao Ramírez de Villa Urrutia, ministro en Bélgica, y a D. Rafael Cerero Sáenz, general de divi- sión del Cuerpo de Ingenieros, siendo presidente el primero de éstos.

El Presidente Mac-Kinley eligió, a su vez, los siguientes comisionados: presidente, William R. Day, secretario de Estado, quien para esto había renunciado su cargo; Cushman K. Davis, William P. Freyre y George Gray, los tres senadores de la Re- pública, y a Whitelaw Reid, ministro que fué de los Estados Unidos en París.

Las negociaciones, que dieron principio el primero de octubre, duraron hasta el 10 de diciembre, en que tuvo lugar la firma del Tratado.

«Los españoles lucharon heroicamente y resistieron con tesón; toda Europa les demostraba sus simpatías, especialmente Francia y Alemania. Los comisionados americanos realizaban su trabajo dentro de una atmósfera hostil, con todas las na- ciones en contra, excepto Inglaterra; pero llegaron al final de su tarea en tan feliz éxito, que pudieron añadir un nuevo triunfo en los anales de la diplomacia ame- ricana

Debíamos seguir en posesión de Manila, y la única victoria que podíamos aña- dir sería obtener la isla de Luzón. Esto era a todo lo que el Presidente y la inmensa mayoría del pueblo aspiraban en los momentos de salir los comisionados hacia Pa- rís. Algunos miembros de dicha comisión eran opuestos a que los Estados Unidos adquiriesen las Filipinas, ni en conjunto ni aún algunas de dichas islas; pero cuando comenzaron su trabajo, cayó sobre ellos la inñexible demanda de una gran parte del país, para que se exigiese dicho archipiélago, y ya no les fué posible sustentar su primitivo criterio sin asumir graves responsabilidades que, seguramente, les exigi- rían sus compatriotas , y pronto se convencieron de que sólo había un camino a

seguir e hicieron de la petición un ultimátttm. Los españoles lucharon tesoneramen- te, y hasta amenazaron con romper las negociaciones, y, por fin, cedieron, porque no otra cosa podían hacer. Obtenido esto, pronto se dio fin al Tratado, cuyo docu- mento fué una obra maestra bajo todos sus apectos» ^.

1 71u 7(iar 70íth Spam, por ITenry Cabot T.odge, senador por Massachusetts.