más era manantial, y muy cerca del Teatro, en el hueco de una muralla que después se destruyó, había otro pozo-aljibe.
En la isleta de Miraflores, donde hoy está la estación de cuarentena, y a unos cuantos pies del mar, surge de la arena una copiosa vena de agua, la más pura y fresca que puede apetecerse. Sobre ese manantial se construyó un depósito, que aún existe, con su cañería hasta el pequeño muelle de espigón; durante todo el régimen español los Capitanes generales hacían uso de la fuente de Miraflores. Y aun cuando es extraño a los asuntos tratados en este libro, debemos anotar que todo el subsuelo de esa isleta está formado de silicato de alúmina—kaolin—en gran estado de pureza, material usado en la fabricación de la loza llamada media porcelana.
En los polvorines de Santa Elena, San Sebastián, San Jerónimo y Miraflores se guardaba toda la pólvora y artificios. El Parque y Maestranza de artillería construían todos los juegos de armas y montajes, así como los artificios de guerra, tales como cohetes de señales, hachas de contraviento, estopines de carrizo, bengalas, camisas embreadas y botes de metralla. En octubre de 1898 y algunos días antes de la entrega de la plaza, se arrojaron al mar, fuera de la boca del Morro, muchas toneladas de pólvora y gran cantidad de piedras de chispa de las usadas en los antiguos fusiles. También existía un taller para recargar cartuchos de fusil.
En el año 1895 se constituyó una Junta mixta de defensa, presidida por el Gobernador de la plaza e integrada por los jefes principales de ingenieros, artillería,