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108 — Arturo Trailles

— ¿Qué pasa?

— En fin, ya está bien; la operaron el lunes y hoy se levanta.

— Ya veo que es una nonada... No tuvo tiempo de añadir más; dos rumorosas risas estallaron en la glorieta. La vieja, como quien toca el resorte de una caja, gritó: ¡muchachas! y cinturas finas, bocas rojas, ojos rientes, salieron al jardín que las recibió con alegría.

— ¡Qué galante caballero!

— Oh! tiernísimo poeta.

— Oh! pariente cariñoso.

La explosión amenazaba no tener fin, cuando un nuevo personaje aquietó la tempestad.

Lo mejor de su indumentaria, —aun poniendo la caja en bandolera, el gorro, especie de pera, en la arborescencia del pelo, y el pantalón, adherido, como camisa mojada, á las piernas, —era su jaquet de terciopelo verde, con tres dedos de faldones.

— Vienes á tiempo —exclamó la tía— este hombre acaba de sacar al tigre (cosas de tu tío, que sigue con la manía de los caballos), y á éstas se les ha puesto retratarse; entrarás en el grupo.

Arturo, que se sentía más viejo entre aquella juventud, pensó en los grupos que tenía en su casa. Eran de paseos estivales, en los puntos de baños, bajo las ramas de cenadores, á orillas de un arroyo, al pie de sierras... Pensó