— Mañana carnaval...
La calle estaba animadísima con el movimiento de las tardes en vísperas de las grandes fiestas. Los letreros anunciando pomos de marcas en competencia; las caretas, mezcladas á los disfraces, con sus gestos mudos, en puertas y vidrieras; prestaban color á un ambiente saturado por el aliento de las peluquerías.
Arturo, que caminaba presuroso, se sintió detenido.
— ¡Pero hombre! ¿Desde cuándo por acá?
— ¿Desde cuándo? Si estoy en la quinta!
— Como quien dice en frente; cualquiera va á incomodarte entre tus flores y tus...
— Bah! bah!... adiós. Quiso cortar de un golpe, pero no pudo.
— Ahora no te largo. ¿Adónde vas?
— Huyendo de las fiestas que empiezan.
— Pues ven, antes de comer, á las fiestas que acaban.
Arturo se resignó á una invitación que le incomodaba, pues en andar con su amargura á solas, sentía á veces una voluptuosidad del espíritu. Siguió á su amigo y penetró á una casa, donde en la noche antes había habido un baile.