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Arturo Trailles — 117

techos, las fachadas, como á las piezas de un opulento mosaico.

De pronto dos jugadores rodaron; la risa unánime fué un estampido; — ¡bestias! murmuró Arturo, y Laura lanzó una carcajada. Vibrante, cristalina, juvenil, sonó como á través de veinte años, sacudiendo el alma del poeta.

— Ah! exclamó— cómo reís! es un alegre recuerdo que pasa por sobre mí como por una ruina...

Ella le miró sin comprenderle, impresionada instantáneamente por la sombra de aquel rostro, que bajo el pelo gris, reñía con dos ascuas... Y él, sin añadir más, se envolvió en el silencio de una tristeza profunda.

El jardín fué despejado. La alegría del juego quedó flotante en el aire, como disuelta en luz. Adelantaba sobre el parquecito una sombra llena de frescura; los jazmines se deshacían en fragancia. Pintorescos surtidores lanzaron agua, y las plantas, henchidas de placer, con los poros abiertos, parecieron llorar diamantes. El aliento de los céspedes húmedos, ascendió con lánguida vibración voluptuosa. Y Laura, aspirando todo con las alitas de la nariz abiertas, anegada por una onda de promesas, de alegrías, de contenidos transportes, murmuró, como si hablara al aire y estuviese sola: