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Arturo Trailles — 129

Estalló un coro de oraciones, algo como un aleteo de espíritus; el ¡ay! del dolor que busca la esperanza, la voz de la angustia que pide misericordia. Arturo clavó los ojos en el cielo, como si quisiera en su dolor absorberse la sombra del espacio y toda cupiera en su alma. Después sintió un enternecimiento que disolvía su amargura y le inundaba en la ola de una piedad infinita que salía á cubrir la tierra como un manto. Sus labios se agitaron estremecidos por antiguas plegarias; hubiera dicho que el beso maternal pasaba en el hálito de los jazmines. Y sintiendo los ojos anegados en lágrimas, se inclinó hacia las plantas y lloró sobre la tierra. La paz del jardín era un murmurio de roces, los gérmenes volaban con alientos de vida, el polen preparaba al sol la sorpresa de nuevas flores. Así se embellecían las cosas, frente al cuarto lleno de la muerte, urdiendo algún detalle que, quizá en el esplendor de la mañana, inspirase una idea nueva de alegría á aquel incurable enfermo de amor y sufrimiento!