aleteos de ángeles, armonía maravillosa. Allá en el coro divino, Mimí transfigurado, canta, canta feliz. Marta llora, y él se escapa del coro: — ¿porqué sufres? mira qué lindo tu Mimí, y cómo puede volar.
Pero ella gime más; desea verle con sus rulos y su traje y no con esa luz divina, que lo aparta de su corazón; y él entonces se ríe, se vuelve el antiguo Mimí, y llenándola de gloria, dice:
— Tonta, si era una broma!
Marta despierta; alguien habla:
— ¡Parece que está dormido! —
Ah! el cajoncito azul, las velas llameantes, las flores cariñosas de las amigas del taller... un sollozo desgarrador llenó la bohardilla.
— Ya lo sabéis — dijo la presidenta.
— Son mil pesos — repitió la tesorera.
Las damas se miraron; parecían recogerse en el remordimiento de las cédulas no vendidas.
— ¿Qué resolvéis? Supongo que llenar el déficit á escote.
Nuevo silencio. La presidenta tocaba el piano con un dedo sobre la mesa, y la tesorera sacó la cuenta: