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El Príncipe Ruy — 145

— Al borde de mis aguas dijiste un día encantadoras estancias, que he sabido repetir... Oh! no sigas, en el día raro de las maldades.

— Y he de abandonar la caza?

— Caza la nube blanca y hermosa que reflejo ¿no eres ya poeta?

— Preguntadlo á las mujeres — contestó el príncipe.

Las linfas exhalaron un suspiro, y oyó Ruy suspirar también en su morral de caza. Bebió en las aguas nuevo brío y dijo:— gracias, al cristal reflejante de su rostro.

Vedle marchar con la tristeza excitada por los prodigios. Un pedazo de cielo se recorta en óvalo azul por entre las hojas, y una nube que lo cruza parece gritar: — ¡sígueme!

El poeta entonó un canto tejido con fibras de su corazón: los versos exhalaban perfumes agrestes que eran como los genios de la selva.

De pronto calla. Ha oido algo entre los árboles de un nativo cenador. Luego le estremece una risa irritante; pasa la cabeza entre el follaje y tiembla.

La antigua ternura del príncipe se trueca repentina en odio salvaje. Una mujer llora, el bufón ya no ríe, y el puñal damasquino, sube y baja sobre dos cuerpos. Nuevo prodigio. El príncipe siente brotar de sus entrañas la risa del enano, sonante como un