Después de muchos años, le veía en la Iglesia, de pie, á mi lado, y del fondo de mis recuerdos le evocaba cuidando á sus cabras entre los cercos del camino. Sus interjecciones violentas y sus dichos pintorescos, han quedado entre moreras y cinacinas con nuestros gritos de colegiales en libertad.
Me miraba sin conocerme, y estaba ya por hablarle, cuando empezaron los oficios. La Iglesia iba á bendecir el fuego y el incienso.
Las naves misteriosas con sus ventanas cerradas se poblaban poco á poco. Las sillas movidas con los reclinatorios encadenados; los vestidos con sus roces de sedas y percales; las oraciones y los semi-tonos del canto llano, llenaban de vida singular la media luz del ambiente.
Una voz de bajo profundo, entonó: In principio creavit Deus Cœlum et terram. El pueblo asistía al poema bíblico, animado por